CHILE, PAÍS DE MITOS:
¿GANAMOS LA GUERRA DEL PACÍFICO?
(segunda parte)

Juan Diego Dávila Basterrica, Instituto Histórico Arturo Prat
(Ver primera parte de este artículo aquí...)


El Tratado Secreto

El tratado (secreto) consta de once artículos, en los cuales se establece la alianza de las naciones firmantes para hacer frente en conjunto a cualquiera situación que afecte a su independencia, soberanía e integridad territorial; a auxiliarse mutuamente con fuerzas militares; a no negociar por separado en casus faederis y a buscar la adhesión de otros países. Fue así como se invitó a la Argentina y, según Gonzalo Bulnes, Sarmiento lo aceptó oficialmente, pidiendo al Congreso la autorización para suscribirlo. La Cámara de Diputados se la otorgó con sólo un voto en contra y además votó los fondos para la guerra. Agrega Bulnes que el Senado también lo aprobó.

Al conocer la existencia del tratado el gobierno del Brasil informó al de Chile, y manifestó en Lima su preocupación por lo que a ellos pudiera afectar, por cuanto tenían problemas con Argentina. El presidente Pardo de Perú instruyó a su ministro en Buenos Aires para que se deje claramente estipulado que el tratado era sólo contra Chile.

Aclara Gonzalo Bulnes que los antecedentes tenidos para sus aseveraciones sobre el tema, provienen de papeles que el ministro de Chile en Lima, Joaquín Godoy, encontró en el Ministerio de Relaciones Exteriores de Perú, cuando las tropas chilenas ocuparon la capital de los virreyes.

Campaña de la Patagonia

¿Cuándo comienza la campaña de la Patagonia? Sabemos que la campaña del Pacífico comienza con el desembarco de tropas chilenas en Antofagasta en el mes de febrero de 1879, el día 14, cuando en la mañana apareció la escuadra compuesta por el Blanco, el Cochrane y la O’Higgins. El 23 de marzo medio millar de hombres al mando del comandante Eleuterio Ramírez ocupan Calama luego de una escaramuza con tropas bolivianas, lo que constituye la primera acción de la campaña. El 1 de marzo Bolivia nos había declarado la guerra y el 5 de abril declaramos la guerra a Perú y Bolivia. Esta campaña del Pacífico reviste el acontecer clásico de toda guerra, conforme a las normas internacionales de la época y aparecen como protagonistas Chile, Perú y Bolivia.

En la Patagonia las cosas suceden en forma muy distinta. Desde que Argentina desconociera el Tratado de 1856 con Chile por el cual se reconocían los límites entre ambas naciones de acuerdo a los fijados por la corona española, se desarrollan divergencias sólo en el ámbito diplomático, con algunos incidentes muy aislados en la frontera discutida. Pero la situación cambia radicalmente cuando se siente amparada por el Tratado de la Triple Alianza de 1873, y comienza a exhibir una agresiva actitud, impulsada por Domingo Faustino Sarmiento, el antiguo exiliado en Chile y gran defensor, en aquellos tiempos de la soberanía chilena en la Patagonia.

En sus cálculos toma la decisión de no comprometer militarmente a la Argentina, y deja el peso de la confrontación bélica a sus aliados del norte. Con brillante maquiavelismo mantiene una guerra larvada contra Chile, para cosechar frutos sin el riesgo de una dudosa confrontación armada. Guerra sin combates que puedan llevar a un desastre y que dejará sus frutos a costa de la sangre de sus aliados que tienen amarrado a su adversario y anulado, en consecuencia. A quien pudiera aparecer aventurado este juicio de “guerra sin combate”, recuerdo que nuestro propio país la practicó y con gran provecho, como el que obtuvo Argentina.

Al final de la Segunda Guerra Mundial, cuando era evidente el triunfo de los aliados contra las fuerzas del pacto tripartito de Alemania, Italia y Japón, nuestro gobierno se sintió preocupado por las inversiones de estos últimos en Chile que, con la victoria de sus adversarios iban a ser confiscadas en beneficio de los vencedores. La gran solución la encontró el presidente Juan Antonio Ríos junto a su canciller Joaquín Fernández, y Chile declaró la guerra a Japón, lo que le permitió sentarse a la mesa de los vencedores y mantener bajo su custodia dichas inversiones. Obviamente, en dicha guerra, jamás tuvimos enfrentamientos.

Personalmente pienso que la campaña de la Patagonia se inicia en abril de 1873, cuando Argentina despacha hacia Santa Cruz y el Estrecho de Magallanes a sus buques General Brown y Chubut, con fuerzas de línea a bordo, a las cuales se uniría un batallón apostado en Carmen de Patagones. Para ilustrar esta campaña recurro a nuestro gran historiador Oscar Espinosa Moraga, citando algunos textos de su obra, que ningún chileno debiera desconocer, El Precio de la Paz Chileno-Argentina:

Diariamente, partidas del Ejército de la frontera invadían los potreros cordilleranos pertenecientes o arrendados por chilenos y arreaban con ganados e implementos de trabajo, atropellando o hiriendo mayordomos y sirvientes, y asesinando pacíficos indígenas que habitaban en los aledaños.

Entre otros afectados figuraba Francisco Méndez Urrejola, dueño de extensas propiedades de crianza en el departamento de Chillán, que provenían en elevada dosis, las necesidades del país. Con el fin de ampliar sus actividades, desde 1846 había celebrado varios contratos de arrendamiento de potreros en ultracordillera con los pehuenches. Así las cosas, al promediar el año 1878, una partida de trescientos soldados argentinos al mando de Isaac Torres, entró a sangre y fuego al potrero Cochino, donde tenía grandes ovejerías y más de mil vacas. Los invasores se robaron seiscientas reses y tomaron varios indios cautivos y anunciaron que repetirían la visita.

Como era natural, el afectado acudió en demanda de amparo a La Moneda. “¿Qué será –se quejaba con justicia– de toda esa masa de ganado si se continúa en ese sistema de maloqueo militar? ¿Qué protección puede darse a ganados que están divididos de Chile por una cordillera ya cerrada por la nieve? ¿Qué se ha propuesto el jefe de esa indigna expedición? ¿Acaso castigar a los pacíficos chilenos que por miles habitan esos territorios? Pueden esas miras entrar en la intención del gobierno argentino, pero dudo mucho que el gobierno chileno, dignamente representado por V.E. deje consumar así una expoliación injusta que ni aún a indios maloqueadores les sería permitido consumar con impunidad. Los perjuicios, Excmo. Señor son inmensos. La dispersión del ganado, la necesidad de llevar el resto del ganado a las cordilleras nevadas, el pánico de la gente que ya no tiene garantía alguna para sus vidas y haciendas, y última y principalmente, la prisión, heridas y muerte de tanto infeliz colono, es algo que llama al cielo y que hace necesario el que S.E., tomando bajo su amparo esos intereses, reclame enérgicamente la protección que invoco, y que exija para siempre las seguridades de serio castigo a los autores de esos despojos y la garantía a que tienen derecho los ciudadanos de toda Nación civilizada”.

Para no agriar los ánimos, la Cancillería comunicó verbalmente al Encargado de Negocios argentino en Santiago el 4 de junio de 1878 el contenido de la solicitud “con el fin de que averiguase oficialmente lo que hubiera de positivo sobre los hechos referidos y en caso afirmativo de que se pusiera remedio”.

La debilidad moral del Gobierno de Santiago avivó el apetito expansionista de las autoridades trasandinas a la sombra de la más absoluta impunidad.

Comprendió el General Julio Argentino Roca, que la conquista del desierto a la vez que incorporaría al patrimonio nacional veinte mil leguas cuadradas (405.000 km2), solucionaría el aislamiento de Mendoza, San Juan y San Luis, aseguraría la paz interna y por añadidura le serviría de sólido pedestal para su postulación a la Primera Magistratura.

Sagaz conocedor de los hombres no bien asumió el Ministerio de Guerra llamó a su lado al Teniente Coronel Manuel José de Olascoaga y Giadaz (Mendoza, 26 de octubre de 1835 – 27 de junio de 1911) que lo había secundado hábilmente durante su estada en Río IV.

Dotado de un empuje y tenacidad, propias de su ascendencia vasca, Olascoaga alternó con variado éxito sus actividades militares con sus inclinaciones periodísticas.

Sus condiciones de organizador y los importantes servicios prestados, llamaron la atención del Presidente Mitre, que lo designó, el 16 de diciembre de 1861, Ayudante del General Wenceslao Paunero. En este cargo le ocupó preparar su primera memoria y plan defensivo contra los indios. La obra mereció elogiosos comentarios del Ministro de Guerra, General Gelly y Obes (enero 1863) y la promoción al cargo de Jefe de la Frontera Sur con sede en el Fuerte San Rafael.

A fines de 1874, a raíz del amotinamiento de sus tropas debió trasmontar los Andes. Para poder subsistir, durante su estada en Chile, fundó un periódico humorístico La Linterna del Diablo. Conocedor sobre su estudio sobre los indios, el Coronel Cornelio Saavedra lo invitó a participar en la reducción de la Araucanía.

Vuelta la calma en su país, regresó a Buenos Aires en 1873. Al año siguiente se trasladó a Rosario, donde se dedicó de lleno a las tareas periodísticas. El 11 de enero de 1877, Avellaneda lo reincorporó al Ejército con el grado de Teniente Coronel y lo destinó a Río IV a las órdenes de Roca.

Su concentración al trabajo y al estudio, asimismo como su profunda preparación, conquistaron luego la simpatía y respeto de su nuevo jefe, naciendo entre ambos una auténtica amistad. Parecía, pues, natural que apenas fuese el uno promovido al Ministerio, el otro le siguiera como la sombra al cuerpo.

Con la experiencia acumulada elaboraron un plan completo para la ocupación de la Patagonia. Nada escapó al ojo avisor de los organizadores. En medio de esta tarea lo sorprendió la ruptura con Barros Arana. Aprovechando esta coyuntura favorable, se resolvió poner en marcha la campaña. Ocupada la Patagonia y apoyados por sus puntas de lanza en La Moneda, los americanistas chilenos, no habría habido poder humano capaz de arrebatarle la región a la Argentina sino por la fuerza de las armas. Por lo demás, Roca y demás políticos rioplatenses sabían que con raras excepciones a los chilenos les importaba un ardite la región trasandina.

Sin pérdida de tiempo, el 15 de mayo de 1878 se impartieron las órdenes del caso.

El Coronel Conrado E. Villegas tenía a su cargo la columna de Trenque-Lauquén; el Coronel Eduardo Racedo, la del Río IV; el Comandante Lorenzo Winter, la de Puan; el Comandante Marcelino Freire, la de Guaminí; y el Comandante Isidoro García la de Puan; el Coronel Lavalle, la de Carhué; el Comandante Rudesindo Roca, la de Villa Mercedes; el Comandante Donovan, la de Puan; el Comandante Apolinario, la de Ipola; el Coronel Nelson la de Italó, y el Comandante Rufino Arteaga, la de Mendoza.

Entre tanto, Roca y Olascoaga se dieron a la tarea de elaborar el mensaje al Congreso Nacional, recabado la aprobación de la guerra ofensiva.

Como se recordará, el proyecto de marras venía inquietando a los gobernantes desde la Colonia. A mayor abundamiento había sido incluso aprobado por la ley del 25 de agosto de 1867. Pero las impenitentes crisis políticas y apremios económicos habían postergado su ejecución.

A juicio de Roca bastaban sólo dos mil hombres para cubrir la línea señalada. Y a la fecha se contaba con seis mil soldados veteranos en las luchas de fronteras, apertrechados con material moderno.

Según los cálculos más serios en las veinte mil leguas por conquistar discurrían alrededor de veinte mil indios desnutridos o minados por la sífilis o el alcohol, de los cuales sólo dos mil a lo sumo estaban en condiciones de empuñar lanzas con alguna eficacia.

El triunfo se daba por descontado y la posesión de Río Negro serviría de punta de lanza para apoderarse de la Patagonia y cortar con golpe maestro la disputa limítrofe con Chile y dominar el cono austral del continente.

El costo de la campaña, un millón de pesos fuertes, se autofinanciaría con el producto de las mismas tierras conquistadas. A los indios amigos o sometidos se les reservarían ciento treinta leguas de tierra al oeste de Carhué y Guaminí, al sur de Río V y entre los ríos Grande y Neuquén.

El 14 de agosto de 1878, el proyecto de ley era firmado por Roca y Avellaneda

“Hasta nuestro propio decoro como pueblo viril –se decía en sus considerandos –, nos obliga a someter cuanto antes por la razón o la fuerza, a un puñado de salvajes que destruyen nuestra principal riqueza y nos impiden ocupar definitivamente en nombre de la ley del progreso y de nuestra propia seguridad los territorios más ricos y fértiles de la República. La importancia política de esta operación –agregaba adoptando un tono beligerante– se halla al alcance de todo el mundo. No hay argentino que no comprenda, en estos momentos en que somos agredidos por las pretensiones chilenas, que debemos tomar posesión real y efectiva de la Patagonia, empezando por llevar la población al Río Negro que puede sustentar en sus márgenes numerosos pueblos, capaces de ser en poco tiempo la salvaguardia de nuestros intereses y el centro de un nuevo y poderoso Estado federal, en posesión de un camino interoceánico fácil y barato a través de la cordillera por Villarrica (Paso Trancura), pero accesible en todo tiempo”.

El 4 de octubre quedó el proyecto despachado por el Congreso. Al día siguiente fue publicado.

El 11 se promulgaba la ley que creaba la Gobernación de la Patagonia con asiento en Mercedes. El 21 se nombró Gobernador a Alvaro Barros.

Los rigores del estío obligaron a poner término en noviembre a la campaña. En resumen, en esta primera etapa se realizaron 23 expediciones ligeras que arrojaron como saldo 1250 muertos y 976 indios de pelea prisioneros y 300 cautivos rescatados. “Estáis llevando a cabo con vuestros esfuerzos –reconocía Avellaneda– una grande obra de civilización a la que se asignaban todavía largos plazos. La pericia y abnegación militar se adelantan al tiempo. Cada una de vuestras jornadas marca una conquista para la humanidad y para las armas argentinas. El país agradecido os reconoce esta doble gloria”. A continuación les prometía solicitar del Congreso una condecoración conmemorable “de este grande hecho que se llamará en la historia La Conquista de la Pampa hasta los Andes”.

Mientras tanto, Roca no despreciaba el tiempo. Para aprovechar en beneficio propio la campaña le pidió a Zeballos que escribiera la historia de ella. Con la ayuda de Moreno, el 1 de septiembre el futuro Canciller concluyó su obra La Conquista de Quince Mil Leguas. El día 5, Avellaneda y Roca ordenaron por decreto su publicación con fondos fiscales. El día 17, Roca le manifestaba a Zeballos. “Su trabajo muestra gran preparación y perfecto conocimiento de la materia que trata”. La edición de quinientos ejemplares se agotó en un mes entre la oficialidad del Ejército y las altas personalidades. En noviembre de 1878 salía una segunda edición. El libro no sólo sirvió de espaldarazo final de las aspiraciones presidenciales de Roca, sino que contribuyó poderosamente a formar la mística argentina sobre la riqueza patagónica. Después de compulsar cartas y estudios realizados por distintos exploradores, Zeballos concluye que el río Limay y sus afluentes Colloncura, Clemehuín y Neuquén son navegables en todo su trayecto por buques de tres pies de calado y que el río Negro es perfectamente navegable por buques de tres a cuatro pies de calado y en crecientes extremas por buques de gran capacidad.

La ausencia de datos le impidió pronunciarse sobre la navegabilidad del río Colorado.

Respecto de los territorios conquistados, concluye: “Como una prueba evidente de la feracidad de estas regiones nos basta citar los grandes pastoreos chilenos y de los indios que existen en los valles orientales del Neuquén, donde la hacienda engorda sólidamente y con rapidez. Desde los tiempos más antiguos los indios de la raza araucana han dominado y poblado los valles andinos de oriente, por la abundancia de recursos vitales que les ofrecían, por la excelencia de los pastos y de las ricas y puras aguas que se desempeñan de la región de las nieves permanentes”.

A continuación, otra denuncia de Espinosa Moraga:

Aprovechando la coyuntura favorable que le brindaba la ausencia de la Legación chilena en el Plata, (las relaciones diplomáticas entre Chile y Argentina estaban suspendidas) el tristemente conocido Juan Quevedo, ex contratista de la Jeanne Amélie, que según informes, de cada diez negocios que emprendía nueve eran turbios, solicitó de las autoridades bonaerenses salvoconducto para dirigirse en lastre con la barca norteamericana Devonshire a las Malvinas. Confidencialmente informó que en realidad recalaría en la misma región donde había sido sorprendido dos años antes por las autoridades chilenas de Magallanes.

El gobierno argentino no quiso desperdiciar la oportunidad para efectuar un nuevo acto de dominio en los territorios disputados a Chile y el 19 de junio de 1878 otorgó la autorización pertinente. Conforme a sus proyectos secretos, Quevedo soltó anclas en Monte de León, al sur del río Santa Cruz, y se entregó de lleno a cargar las bodegas de guano.

De acuerdo a la declaración de Ibáñez de 1873 que Pinto “se vio obligado a respetar” por decoro del país, apenas se impuso de la noticia, en los primeros días de octubre el gobernador de Punta Arenas despachó la Magallanes para verificar la denuncia.

Al llegar al sitio señalado, la corbeta chilena sorprendió a la tripulación de la Devonshire en plena actividad. De reconocimiento de la nave pirata y del examen de su documentación se desprendía que su tripulación, un piloto 1º, uno 2º y diez marineros, se encontraban operando en el lugar desde hacia ochenta y ocho días. Hasta la fecha habían cargado setecientas toneladas de abono. Según las declaraciones obtenidas en pocos días más debían terminar su tarea.

De acuerdo a sus instrucciones, el Comandante de la Magallanes apresó la barca con sus tripulantes y los llevó a la Colonia Magallánica. El 13 de octubre llegaron a Punta Arenas, donde quedaron a disposición de la Justicia.

La noticia de la captura de la Devonshire cayó como una bomba en el ambiente bonaerense, caldeando hasta la ebullición por las incidencias derivadas del alejamiento de Barros Arana.

La cuestión de límites “quedó entonces relegada a un plano secundario –había de recodar más tarde Avellaneda–, porque surgía una cuestión de honra que podía tener por desenlace la guerra misma”.

Sin contar para nada la absoluta indefensión en que se encontraba su país, la prensa porteña exigió al Gobierno la apertura de hostilidades lisa y llana.

Conciente de la debilidad bélica del país, Avellaneda trató de orillar el estallido del conflicto mientras tonificaba su poder defensivo en la medida que se lo permitía la angustiosa situación de la Caja Fiscal.

Como en otras ocasiones similares echó mano al socorrido recurso de apelar al pacifismo enfermizo de los argentinófilos chilenos, para “ablandar” a La Moneda. Por intermedio de Mitre, movilizó a Benjamín Vicuña Mackenna, a Emilia Herrera de Toro y demás contertulios de la hacienda Lo Aguila, hogar de los argentinos.

Inspirado en este pensamiento, Roca remitió a su colega chileno Cornelio Saavedra, descendiente del prócer de la independencia argentina, el libro de Zeballos sobre la conquista de la Patagonia.

Sin percatarse de que el avance de la frontera hasta el río Negro lesionaba los derechos territoriales de su país, el pacificador de la Araucanía lo hizo circular ingenuamente entre sus amigos.

Dentro de este mismo programa de “apaciguamiento” el 25 de octubre de 1878 el propio Zeballos remitió su obra a Vicuña Mackenna.

La lectura de la obra no hizo más que afianzar el pensamiento entreguista del político chileno, que desde este instante se dio a trabajar por la reanudación de las conversaciones entre ambos países.

A su turno, Bilbao le escribió a Lastarria pintándole con rasgos dramáticos las situación imperante. A su juicio, para calmar los ánimos era imprescindible que La Moneda desautorizara la conducta del Comandante de la Magallanes.

En el mismo sentido le escribió a Pinto, informándolo de los “colosales preparativos” que estaba realizando el Gobierno del Plata.

Por su parte, el cónsul argentino en Santiago, Agustín Arroyo, se acercó al Ministro del Uruguay, José Arrieta, para pedirle que hiciera saber “discretamente” a La Moneda que el Congreso había autorizado al Gobierno de su país para invertir hasta cuatro millones de pesos en armamentos.

A todo esto, acorralado por los patrioteros que habían salido a la calle pidiendo la guerra al grito de ¡Muera Chile!, Avellaneda se vio obligado a ordenar el traslado de la escuadra a Santa Cruz, con la secreta esperanza de que una vez más la diplomacia chilena bajaría la guardia y aceptaría sus exigencias en aras de la paz.

En verdad la situación de los gobernantes rioplatenses no podía ser más angustiosa. La escuadra disponible se componía del pequeño acorazado Andes y las cañoneras fluviales Constitución y Uruguay. Las fuerzas de desembarco –afirma Chaillet Bois– se reducían a cincuenta soldados sin cañones.

Para culminar esta “guerra psicológica”, el 31 de octubre Montes de Oca dirigió una circular a los diarios encareciéndoles la más absoluta discreción en la publicidad de las medidas defensivas adoptadas por la Casa Rosada.

Tal como lo habría previsto el menos sagaz, la prensa sin excepción la publicó in extenso.

Concluidos los preparativos el 8 de noviembre la escuadra partió a su destino al mando del anciano comodoro, Luis Py. Cuatro días más tarde el Gobierno de Buenos Aires creaba por decreto la Subdelegación Marítima de Santa Cruz, para afianzar la soberanía argentina en la zona amagada.

Quiso la buena estrella de Chile que en estos dramáticos momentos estuviera a cargo del Ministerio del Interior, Belisario Prats, político joven aún, dotado de una fuerte personalidad que no se arredraba ante nada y animado de un profundo amor a Chile.

Impermeable a las sugestiones de los pacifistas y argentinófilos, apenas se impuso de la captura de la Devonshire, 26 de octubre, y de los subsiguientes aprestos bélicos de allende los Andes, decidió resueltamente hacer frente al conflicto.

A diferencia de Ibáñez, que debió luchar incluso contra sus propios compatriotas, en esta ocasión el país entero, remecido por la campaña de Lira y la desatinada actuación de Bilbao, estaba del lado de Prats.

El mismo Pinto, no obstante su incurable pacifismo, no se atrevió a oponer resistencia, so pena de ser arrancado en vilo del poder por un pueblo enardecido hasta la exasperación. Y no obstante la aguda crisis económica, se adoptaron con celeridad las providencias defensivas del caso en medio de un sorprendente sigilo a pesar del carácter locuaz del chileno.

El 31 de octubre se ordenó completar la dotación de los blindados Blanco y Cochrane, y cuatro días después se mandaba a poner en pie de guerra toda la escuadra. Por circular reservada se impartieron instrucciones a los comandantes de armas y gobernadores marítimos del país recomendándoles estudiar las defensas del litoral y pasos cordilleranos. Del mismo modo se les prevenía preparar el acuartelamiento de la Guardia Nacional y demás detalles anexos a un rompimiento armado.

Con no menos apremio se reforzó la dotación de Punta Arenas y se la dotó de víveres y combustibles para hacer frente a cualquier emergencia.

Simultáneamente reimpartieron instrucciones al Ministro de Chile en Francia y Gran Bretaña, Alberto Blest Gana, para adquirir armamentos y municiones.

Completados los preparativos los blindados zarparon rumbo a Lota, donde debían aprovisionarse de carbón y esperar órdenes.

Para conocer in situ los preparativos bélicos de Argentina, el 5 de noviembre se designó a Arturo Prat, agente confidencial en el Plata.

La Misión Confidencial de Arturo Prat

Para programar mejor su defensa el Gobierno de Chile necesitaba recoger en el mismo teatro de operaciones los datos relacionados con el armamentismo argentino. La circular de Montes de Oca pidiendo discreción a la prensa sobre las medidas adoptadas por la Casa Rosada respecto al Ejército y la Marina, envolvía una declaración categórica de que allende los Andes se preparaban para la guerra.

Desde el retiro de la Legación en Buenos Aires, La Moneda había quedado sin ese medio precioso de información.

Para salvar este escollo, el 5 de noviembre se designó al capitán de fragata Arturo Prat Chacón, agente confidencial en el Uruguay.

A esa época, el futuro héroe de Iquique frisaba los treinta años. Por su austeridad moral, clara inteligencia, conocimientos técnicos y formación jurídica (había recibido su título de abogado, sin perjuicio de su brillante hoja de servicios), Prat era la persona más indicada para desempeñar tan delicada misión.

Su residencia permanente sería Montevideo. No obstante podría trasladarse a Buenos Aires si las circunstancias lo aconsejaban. En la capital oriental debía ponerse en contacto con el cónsul de Chile, José María Catellanos, y en Buenos Aires con Mariano Baudrix.

El mismo día 5, Fierro impartió instrucciones a Blest Gana para que girara contra su Legación hasta $4.000 a favor del agente confidencial.

“Las relaciones entre esta República y la Argentina han llegado a tal tirantez –le explica–, que la paz pudiera ser alterada. Como consecuencia de esta situación, es probable que los agentes de la República Argentina reciban instrucciones de su Gobierno para adquirir naves, armamentos u otros elementos de guerra. En previsión de tal eventualidad, V.S. procurará obtener, valiéndose de nuestros cónsules o de otros agentes, datos respecto de los pasos que el Gobierno argentino dé en este sentido, y cualquiera noticia que V.S. obtenga y que crea de urgente importancia comunicar al Gobierno, la transmitirá a Don Arturo Prat, comandante de fragata de nuestra marina y nuestro agente confidencial en Montevideo”.

En igual sentido le escribió el 5 a sus plenipotenciarios en Perú y en Bolivia. “El Gobierno argentino toma medidas y hace aprestos que no pueden ser mirados con indiferencia de nuestra parte”.

“Se hace necesario evitar con discreción y tino que los propósitos hostiles de aquel Gobierno puedan ser de alguna manera secundarios por el de esa República”.

“Aunque no hay motivos para abrigar temores a ese respecto, la prudencia aconseja, sin embargo, no desatender nada que pueda perjudicar a nuestra causa”.

Para no despertar sospechas, se le contrató pasaje hasta Punta Arenas en el vapor Valparaíso, que zarpó del puerto del mismo nombre el día 6.

Luego de recalar en Lota para tomar un cargamento de cobre, el llegó a la Colonia el 13.

A pesar de disponer de poco tiempo, el agente confidencial alcanzó a informar al Comandante de la Magallanes de los últimos sucesos.

Con el pasaje contratado ex profeso por el Gobernador Carlos Wood, Prat siguió viaje para arribar a Montevideo el 18 en la tarde. Apenas pisó tierra, se enteró de que la escuadra argentina se había trasladado a la costa patagónica con el propósito de provocar a los buques chilenos de estación en el Estrecho.

Al dar cuenta de estos rumores, el agente confidencial expresaba en su oficio del 25.

“A mi sólo me constaba que en el día que dejamos la Colonia y en el siguiente esos buques debieran haber sido avistados si su destino los hubiera llevado al Estrecho; no habiendo sucedido esto la causa no podía ser otra que haberse quedado en Santa Cruz o haber pasado después de esos días, caso en que la Magallanes no se hubiera encontrado ya en la Colonia”.

Oportunamente veremos que esta especie estuvo a punto de echar a pique el Tratado Fierro-Sarratea y originó la misión confidencial de Dublé Almeyda a Santa Cruz a que nos referiremos más adelante.

No necesitó mucho tiempo Prat para formarse una idea de la situación existente en Uruguay.

En dosis no menor influyó en su cometido la ayuda que le prestó el chileno residente en esa ciudad, Francisco J. Hurtado Barros quien lo relacionó con la sociedad y la banca oriental.

Con un golpe de vista que lo coloca por encima de todos los políticos de su generación, informó a Santiago el 25 de noviembre: “Los hijos del país que en general tienen pocas afecciones por los argentinos, están extraviados en sus juicios por la prensa que, asalariada por éstos, se limita a transcribir cuanto puede desprestigiar a nuestro país y a nuestra causa, y siempre que tocan estos puntos lo hacen en un sentido desfavorable para Chile. Así es como ha podido formarse la opinión que admira la moderación de los argentinos que toleran nuestros avances y cada palabra de conciliación que de Chile trae el telégrafo, es apreciada como un síntoma de debilidad y temor, en vista de los aprestos que se hacen en las orillas del Plata. En Buenos Aires se nota que los apetitos guerreros se pronuncian tanto más cuanto mayor es su convencimiento de que nuestras intenciones son pacíficas”.

Y penetrando el escalpelo hasta el fondo, agrega con notable clarividencia:

“En Chile nadie cree en la guerra, que se cree infundada y poco menos que imposible. Aquí (Montevideo) lo mismo que en la República Argentina, nadie duda que ella vendrá, no sólo como una medida necesaria de política interna, sino, también como único medio, a falta de títulos, de enseñorearse de ese desierto llamado la Patagonia que con sus depósitos de guano y salitre, a que dan quizás desmesurada importancia, tienta la codicia de los argentinos”.

“Entretanto, ya sea con el propósito de hacerlo, sea con el de imponernos, lo cierto es que ellos forman los cuadros de un futuro ejército, exigen el enrolamiento de todos los que teniendo la edad deben hallarse inscritos en la Guardia Nacional, enganchan marineros de todas las nacionalidades, en su parque trabajan con actividad cuatro veces mayor número de operarios que los de costumbre y, en una palabra, estudian los medios de hacer la guerra y se preparan para ella”.

“Esperan, también, dos blindados que se aseguran han mandado a construir a Estados Unidos y un vapor para torpedos, de Inglaterra, en reemplazo del Fulminante.

“Las últimas concesiones en la Patagonia –concluye– que comprenden desde el paralelo 44º 30’ de latitud sur hasta el río Deseado con 50 kilómetros de mar a cordillera, el envío a cargar guano de otro buque con bandera alemana, demostrarán a V.S. con abrumadora elocuencia, que ni piensan ni desean la paz y que no andan descaminados respetables personas de esta ciudad, habituados a la política argentina, que no ven en las palabras conciliadoras que el telégrafo transmite a Chile, otra cosa que artificios para ganar tiempo y prepararse mientras nos adormecen”.

“Poco tiempo basta para comprender que en estos días la paz no es sino una tregua que se romperá cuando las circunstancias se presenten favorables para llenar el objeto que se tiene en vista”.

“Así nadie duda aquí que el Brasil alimenta la esperanza y espera la ocasión, para apoderarse del Paraguay y de las provincias argentinas de Corrientes y Entre Ríos, y, aún creen que tarde o temprano el imperio brasileño se extenderá hasta el Plata, absorbiendo al Uruguay”.

“Los argentinos por su parte no ocultan y, aún sus diarios han hablado con motivo de la resolución arbitral sobre el Chaco, sus ambiciones al Paraguay”.

“Uruguay, a su turno, lanza miradas a las provincias limítrofes de Corrientes y Entre Ríos, a cuyo movimiento revolucionario, no sofocado del todo, en la última, se cree no es completamente extraño, y algunos amigos del dictador aseguran haberle oído decir que con el apoyo de Chile reivindicaría la isla de Martín García”.

“Viviendo esta atmósfera de ambiciones no puede explicarse la actitud de Chile, que dispute un desierto cuando sus antiguas provincias trasandinas están en mejor situación, y desperdicie la ocasión tan favorable que se le presenta para aprovechar su indisputable superioridad marítima y la facilidad y prontitud con que podría organizar un ejército con los innumerables brazos que la paralización de sus industrias ha dejado sin ocupación; brazos que siendo una verdadera calamidad en el país serían salvadores de la situación trasladados a las pampas argentinas”.

“Es aquí opinión muy generalizada que bastaría a Chile un bloqueo de Buenos Aires, secundado de grado o por fuerza por esta República Oriental, para reducirlos a términos razonables”.

“La carencia de renta aduanera, la suspensión del pago de la deuda externa, la paralización de sus saladeros y fábricas por falta de carbón y los muchos males que, principalmente en esta época que es la de mayores importaciones y exportaciones, que el bloqueo sería suficiente para que la población extranjera, que vendría a ser la más perjudicada en sus intereses, y cuyo número alcanza quizá a trescientos mil en Buenos Aires, se levantarán y derrocarán al gobierno”.

“El apoyo de este país no se cree tampoco difícil de obtener y si él no lo prestase, el partido blanco que está, como todos, hoy abajo y es el más poderoso de la República, lo haría subiéndolo al poder, pues es un enemigo irreconciliable de los argentinos y por tanto nuestro amigo”.

“A más esta República, siempre en efervescencia, se encuentra actualmente sin aliados y rodeada más bien de enemigos que de indiferentes y por eso busca la alianza del Perú, que puede proporcionar escuadra y distracción para nosotros en el Pacífico, pues comprende que mientras nosotros somos casi invulnerables, ello son accesibles por todas partes”.

Conforme a sus instrucciones, Prat pidió la remoción de los cónsules de Chile en Río, Montevideo y Buenos Aires, por sus íntimos vínculos de familia con argentinos. El primero de ellos, Juan Frías, era nada menos que hermano de Félix…

Empecinado en arribar a la paz a cualquier precio, Pinto cerró los ojos a la realidad y lanzó al canasto los certeros informes de Prat, que señalaban la ruta segura que conducía a puerto. Por extraña ironía del destino, como lo advirtiera el sagaz agente confidencial, este pacifismo enfermizo llevaba en su seno el virus de la guerra que tarde o temprano tendría que estallar en la medida que continuara debilitándose el sentimiento de la nacionalidad del Gabinete de Santiago.

Resultado de la Guerra

Los resultados de las guerras, normalmente, se aprecian en los tratados que los contendores firman para darlas por terminadas y estipular sus conductas futuras en sus relaciones recíprocas. Evidentemente, estos tratados son el resultado final de los encuentros entre los adversarios y donde aparecen un vencedor y un vencido; el tratado recoge la voluntad del vencedor y el sometimiento del vencido. Vencedor es aquel que en el recuento final de las acciones en los diferentes teatros de guerra impuso su voluntad por medio de las armas; el vencido es el que se rindió por cuanto sus armas fueron dominadas.

En la guerra de Chile contra la Triple Alianza del Cono Sur hubo dos teatros de guerra en los cuales se desarrollaron dos campañas: la del norte o del Pacífico con dos de los aliados, y la oriental o de la Patagonia contra el tercero. Históricamente la referencia ha sido a la primera que duró cuatro años con encuentros bélicos: el Combate de Calama en 1879 el primero y la Batalla de Huamachuco el último, en 1883. No considero la posterior rendición de Arequipa que se efectuó sin la existencia de combate. La segunda campaña de la Patagonia ha sido siempre ignorada…o silenciada.

No hubo encuentros definidos entre fuerzas regulares chilenas y argentinas, aunque sí combates entre estas últimas y aborígenes araucanos chilenos que fueron diezmados y que en más de alguna ocasión pidieron ayuda al Gobierno de Chile, que no los pudo socorrer por tener sus fuerzas amarradas en la campaña del norte. Tal fue el caso del cacique Santiaguillo que defendió Bariloche, ciudad chilena tomada por las fuerzas argentinas. Hubo movilizaciones y aprestos por parte de Argentina, dando una duración de ocho años a la campaña que comenzó con el zarpe de una escuadra del Plata hacia el territorio chileno de Santa Cruz en 1873, y terminó en 1881 con la firma de un tratado de límites, que, como veremos más adelante, ha sido simplemente de tregua.

Con Perú nuestro país firmó en Lima en 1883 el tratado llamado de Ancón por el cual le fue cedida la actual provincia de Tarapacá y entregados los territorios de Tacna y Arica condicionalmente. Por el tratado de 1929, Chile se adjudicó definitivamente el territorio de Arica y devolvió a Perú el de Tacna. Los territorios quedados en poder de Chile por ambos tratados constituyen hoy la I Región del país con una superficie de 58.700 km2. Con Bolivia se firmó un tratado de tregua en Valparaíso en 1884 y, posteriormente, el definitivo en Santiago en 1904 y por el cual se estableció que continuaría bajo soberanía chilena el territorio comprendido entre la desembocadura del río Loa y el paralelo 23º sur. En consecuencia Chile ganó en el norte sólo lo cedido por Perú: 58.700 km2.

Con el tratado de límites con Argentina firmado en Buenos Aires en 1881, Chile entregó a Argentina todo su territorio oriental, vale decir entre la cordillera de los Andes y el Atlántico: 1.189.566 km2.

En resumen, como resultado de las campañas del Pacífico y de la Patagonia, que conforman la Guerra contra la Triple Alianza del Cono Sur, Chile perdió 1.130.866 km2 entre los que se incluye todo su litoral atlántico. ¿Es esto ganar una guerra?

A la pretensión boliviana de modificar el tratado de 1904, nuestro gobierno siempre responde con energía que los tratados son intangibles. Sin embargo, el tratado de 1881 con Argentina ha sufrido numerosas modificaciones y recién, hace algunos días se conmemoró la última. (Sin considerar algunos negocios faz a faz como la venta de Laguna del Desierto realizada por Patricio Aylwin a Carlos Menen, ambos presidentes de Chile y Argentina cuando el evento). Por eso he dicho anteriormente que el Tratado de Límites con Argentina de 1881, sólo constituye un tratado de tregua. El coronel Manuel Hormazábal escribió un libro titulado Chile, una Patria Mutilada, en el cual analiza las sucesivas modificaciones al Tratado de 1881. Dice:

Históricamente, pues, y casi en forma simultánea, se habían producido dos hechos de incalculables proyecciones para el futuro de Chile: mientras nuestros soldados de mar y tierra, o sea, el pueblo chileno en armas, después de reivindicar todo el territorio nacional hasta los márgenes del Loa, conquistaba además para su patria parte del territorio peruano, regado también generosamente con su propia sangre, proporcionándole a Chile nuevas e inmensas riquezas; nuestros gobernantes y políticos, apaciblemente y sin lucha, parapetados tras los grandes muros de La Moneda y con asentimiento casi total de nuestro Parlamento, entregaban los inmensos territorios patagónicos que el Ministro Ibáñez (¡el gran olvidado!)[1] había defendido con singular entereza y dignidad, por constituir una parte legítima del patrimonio nacional, señalándolos con todo acierto como destinados a constituir el gran Imperio de la Patagonia.

Finalmente, entre las últimas cesiones a Argentina –siempre como antecedente previo al Tratado de 1881, que no figuran en el libro de Hormazábal pues éste ya había fallecido– sin duda la más valiosa es la entrega de nuestro territorio marítimo austral a la nación del Plata, que equivale en extensión a tanto mar como tierra se entregó con la Patagonia, y le abre el camino a nuestra posesión antártica.

Nuestro presidente señor Julio Tapia Fallk realizó un importante estudio sobre el tema cuando aún era proyecto, el cual fue publicado por nuestra revista Punta Gruesa en su número del 4 de mayo de 1999.

Termino como empecé: ¿Fuimos los vencedores de la mal llamada Guerra del Pacífico?


[1] Nota del Editor.


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