HABITANTES DEL SUR POLAR ABORIGEN:
LOS GIGANTES PATAGONES.
APROXIMACIÓN A LA PROTOHISTORIA AUSTRAL

Rafael Videla Eissmann


Desde la llegada de los primeros expedicionarios occidentales a las latitudes australes de América, un hecho llamó poderosamente la atención: la presencia de seres de notable estatura, quienes habitaban el extremo sur del continente. Debido a sus características físicas les llamaron Gigantes ó Patagones, casi indistintamente. Su existencia real se halla registrada en innumerables crónicas y registros de expediciones a lo largo de las centurias. ¿Cómo explicar estas afirmaciones? ¿Era acaso, la “proyección” de la mentalidad europea de la época, que “imagina” a éstos extraordinarios seres en la geografía sublime y mágica de la América Aborigen, especialmente en la Patagonia? Ó bien, ¿existieron realmente los Gigantes Patagones, hallándonos entonces frente a una página no reconocida en la historiografía oficial? ¿Acaso, una temática no abordada adecuadamente por la antropología y la Historia? ¿Qué sucedió entonces con los Gigantes? ¿Cuál fue su destino?

La problemática en la investigación en torno a tan interesante capítulo de la Historia americana, que yuxtapone mito y realidad, genera un campo historiográfico complejo, pues si bien existen innumerables registros de ésta antigua raza, se tiende a explicar el hecho a través del recurso que fundamenta la presencia de los Gigantes Patagones como fruto de la “mentalidad europea de la época”. Los testimonios de seres sobrenaturales a los ojos de los occidentales y la existencia de lugares fantásticos como Elelín, El Dorado, Trapananda y la mítica Ciudad de los Césares, fueron importantes factores que incentivaron y promovieron el conocimiento de la geografía americana y el posterior asentamiento en determinadas regiones.

Los Gigantes en América

La existencia de Gigantes en la geográfica del continente americano, no es un hecho exclusivo de la zona austral y patagónica, existiendo registros y documentación de éstos misteriosos habitantes desde Norteamérica hasta el Cabo de Hornos. Sin duda alguna, los Patagones, como asimismo las sirenas, las Amazonas, los dragones, los coludos y otros seres sobrenaturales y fantásticos, despertaron la curiosidad y el espíritu aventurero de los occidentales europeos, incentivando las expediciones  de conocimiento tanto antropológico como geográfico en tierras americanas. La existencia de los Gigantes, en particular, está bien documentada a lo largo del continente. De ésta manera, tenemos los siguientes registros:

 I.- Los Gigantes en Mesoamérica:

Desde los albores del llamado “Descubrimiento” de América, es posible encontrar referencias acerca de los Gigantes en la geografía del continente. Así, en el Reino de Nueva Granada, es posible rastrear la existencia de éstos seres. El cronista Bernal Díaz del Castillo hará referencia acerca de los huesos de Gigantes enviados por el conquistador Hernán Cortés al Rey Carlos V:

Y dijieron [los tlaxcaltecas] que les habían dicho sus antecesores que en los tiempos pasados que había allí entre ellos poblados hombres y mujeres muy altos de cuerpos y grandes huesos... Y para que viesen qué tamaños y altos cuerpos tenían trajeron un hueso o zancarrón de uno de ellos, y era muy grueso, el altor tamaño como un hombre de razonable estatura, y aquel zancarrón era desde la rodilla hasta la cadera...[1] .

En la Antigua Tradición Mexicana, se señala en la Leyenda de los Soles, la existencia de Cuatro Edades. En la primera de ella, es decir, el Sol Tigre, llamado Nahui Ocelotl, se establece que la Tierra estaba poblada de Gigantes, creados por los dioses. Sin embargo, éstos no sembraban ni cultivaban la tierra, si no que comían bellotas y frutas silvestres. Los Gigantes, también llamados Quinametzun, serán destruidos por los planetas que se transformaron en tigres cuando  el cielo se desplomó y el Sol se inmovilizó. Todo se sumergió en tinieblas, en el día llamado 4. Tigre. Existen otras referencias del mismo acontecimiento, asegurando que esto aconteció bajo el signo 4 Ocelotl (Cuatro Tigre), llamado Ocelotonatiuh (Sol del Tigre), siendo este el Segundo Sol, pero con la misma destrucción de los Gigantes. Dejaron dicho los Gigantes que su saludo era: No caiga Usted, porque el que se caía, se caía para siempre[2]. En la misma tradición, se señala que Tezcatlipoca, se hizo sol para alumbrar. Los dioses crearon entonces Gigantes, que eran hombres muy grandes y con tantas fuerzas que arrancaban los árboles con las manos. No comían más que bellotas de encina y vivieron mientras duró este sol, que fueron trece veces cincuenta y dos años, que son seiscientos setenta y seis años... Perecieron cuando el dios Tezcatlipoca dejó de ser sol y los tigres acabaron con ellos y los comieron[3].

Otro cronista, Fray Diego Durán, señala que un anciano de más de cien años de edad, perteneciente a la región de Cholula, le contó acerca de los Gigantes que vivieron en estas tierras. Deseando ir a buscar al sol, unos se fueron por el occidente y otros por oriente, Al llegar a la costa, regresaron al lugar de donde habían partido. Este lugar era Iztaczulin Ineminian. Los Gigantes siguieron con su propósito de llegar al sol y construyeron una torre que lo alcanzase. Debido a esto, los Dioses destruyen la edificación, con lo cual los Gigantes huyen y parte de su memoria es borrada[4]. El mismo Fray Durán asegura haber visto a un indio de gran estatura en una junta tolteca en Teotihuacan, el cual bailó durante el ritual, armando después una matanza ante los nobles toltecas, quien luego huyó, viéndose al día siguiente sobre un cerro.

Por otra parte, el gran cronista Joseph de Acosta, en su obra Historia Natural y Moral de las Indias, señala:

Mas fue vencida su mucha fuerza con la maña de los tlascaltecas, los cuales los aseguraron, y fingiendo paz con ellos, los convidaron a una gran comida, y teniendo gente puesta en celada, cuando mas metidos estaban en su borrachera, hurtáronles las armas con mucha disimulación... Hecho esto, dieron de improvisto en ellos; queriéndose poner en defensa y echando de menos sus armas, acudieron a los árboles cercanos, y echando manos a sus ramas, así las desgajaban como otros deshojaran lechugas. Pero al fin, como los tlascaltecas venían armados y en orden, desbarataron a los gigantes, y hirieron en ellos sin dejar hombre a vida[5] .

Acosta prosigue su relato:

Nadie se maraville ni tenga por fábula lo de éstos gigantes, porque hoy día se hallan huesos de hombres de increíble grandeza. Estando yo en México, año de ochenta y seis, toparon un gigante de estos enterrado en una heredad nuestra, que llamamos Jesús del Monte, y nos trajeron a mostrar una muela, que sin encarecimiento sería bien tan grande como un puño de un hombre, y a esta proporción lo demás, lo cual yo vi y me maravillé de su disforme grandeza[6].

Veytia señala que cuando los Ulmécatl y los Xicaláncatl llegaron a Pánuco, encontraron tribus de Gigantes, quienes vivían en cuevas y de forma muy natural, quienes les permitieron poblar sus tierras hasta que los primeros se levantaron contra los Gigantes y los mataron. Otro cronista, Cabeza de Vaca, en su Naufragio y Relaciones, señala que como los habitantes de la Florida son tan crecidos de cuerpo y andan desnudos desde lejos parecen gigantes[7].

II.- Los Gigantes en Sudamérica y el Mundo Andino:

Existen numerosos reportes a su vez de los Gigantes en Sudamérica, siendo registrados por varios cronistas en diferentes épocas. Así, el reconocido navegante Américo Vespucio, es un testigo clave de la existencia de los Gigantes americanos, escribiendo acerca de éstos seres hallados en la zona de Curaçao:

Encontramos una población de unas doce casas, donde hallamos sino siete mujeres, de tan grande estatura, que no había ninguna que no fuera un palmo y medio más alta que yo... Y mientras que estabamos en esto vinieron 36 hombres y entraron en la casa donde estabamos bebiendo, y eran de tal estatura que cada uno de ellos era más alto arrodillado que yo en pie. En conclusión eran de la estatura de los gigantes según la grandeza y proporción del cuerpo que correspondía con ésta, que cada una de ellas parecía una Pentesilea y ellos Anteo[8].

En Perú, por su parte, el conquistador Francisco Pizarro encontró estatuas de estos antiguos gigantes en la localidad de Puerto Viejo y huesos gigantescos, que eran de grandes proporciones. También hallaron calaveras con dientes de tres dedos en gordo y cuatro en largo, que tenían un verdugo por fuera y estaban negros[9].        

El cronista andino, Pedro Cieza de León, deja un interesante registro de la existencia de los Gigantes acaecida en el antiguo Perú. En el capítulo titulado  De los Pozos que ay en la punta de Sancta Elena: y de lo que cuentan de la venida que hizieron los gigantes en aquella parte: y del ojo de alquitrán que en ello está, indica:

También he dado noticia de los principales pueblos desta comarca y porqué en el Perú ay fama de los gigantes que vinieron a desembarcar a la costa en la punta de sancta Elena; que es en los términos de esta ciudad de Puerto viejo; me paresció dar noticia de lo que ay dellos según que yo lo entendí, sin mirar las opiniones del vulgo y sus dichos varios, que siempre engrandece las cosas más de lo que fueron. Cuentan los naturales por relación que oyeron de sus padres, la qual ellos tuuieron y tenían de muy atrás que vinieron por la mar en vnas balsas de juncos a manera de grandes barcas vnos hombres tan grandes, que tenía tanto vno dellos de la rodilla abaxo como vn hombre de los comunes en todo el cuerpo, aunque fuesse de buena estatura; y que sus miembros conformauan con la grandeza de sus cuerpos difformes: que era cosa monstruosa ver las cabeças, según eran grandes: y los cabellos que los allegauan a las  espaldas. Los ojos señalan que eran tan grandes como pequeños platos. Afirman que no tenían baruas; y que venían vestidos algunos dellos con pieles de animales; y otros con la ropa que les dio natura y que no traxeron mugeres consigo. Los quales como llegassen a esta punta: después de auer en ella hecho su assiento a manera de pueblo (que aun en estos tiempos ay memoria de los sitios destas casas que tuuieron) como no hallasen agua: para remediar la falta que della sentían hizieron vnos pozos hondísimos; obra por cierto digna de memoria, hecha por tan fortísimos hombres, como se presume que serían aquellos; pues era tanta su grandeza. Y cauaron estos pozos en peña biua, hasta que hallaron el agua y después labraron desde ella hasta arriba de piedra, de tal manera que durará muchos tiempos y edades: en las quales ay muy buen ay sabrosa agua, y siempre tan fría, que es tan gran contento beuerla. Auiendo pues hecho sus assientos estos crecidos hombres o gigantes, y teniendo estos pozos o cisternas de donde beuían; todo el mantenimiento que hallauan en la comarca de la tierra que ellos podían hollar lo destruyan, y comían. Tanto que dizen, que vno dellos comía más vianda que cinquenta hombres de los naturales de aquella tierra. Y como no bastasse la comida que hallauan para sustentarse, matauan mucho pescado en la mar con sus redes y aparejos, que según razón tenían.

Biuieron en grande aborrecimiento/ de los naturales: porque por vsar con sus mugeres las matauan, y con ellos también vsauan sus luxurias. Los naturales no se hallauan bastantes para matar a esta nueua gente que auía venido a ocuparles su tierra y señorío; aunque se hizieron grandes juntas, para practicar sobre ello, pero no les ossaron acometer.

Pasado algunos años, estando todauía estos gigantes en esta parte: como les faltassen mugeres; y las naturales no les quadrasen por su grandeza, o porque sería vicio vsado entre ellos por consejo y unduzimiento del maldito demonio, vsaban unos con otros el peccado nefando de la sodomía, tan grauísimo y horrendo. El qual vsauan y cometían pública y descubiertamente, sin temer de Dios, y poca vergüença de sí mismos. Y afirman todos los naturales, que Dios nuestro señor no siendo seruido de dissimular peccado tan malo, le embió el castigo conforme a la fealdad del peccado. Y assí dizen, que estando todos juntos embueltos en  en su maldita sodomía, vino fuego del cielo temeroso y muy espantable, haziendo gran ruydo: del medio del qual salió un ángel resplandesciente  con vna espada tajante y muy refulgente, con la qual de vn solo golpe los mató a todos, y el fuego los consumió; que no quedó sino algunos huessos y calaueras, que para memoria del castigo quiso Dios que quedassen sin ser consumidas del fuego. Esto dizen de los gigantes; lo qual creemos que passó. Porque en esta parte dízense han hallado y se hallan huesso grandíssimos. E yo he oydo a los Españoles que han visto pedaço de muel, que juzgaran que a estar entera pesara más de media libra carnicera. Y también que auían visto otro pedaço del huesso de una canilla, que es cosa admirable contar quán grande era; lo qual haze testigo auer passado: porque sin esto se vee adonde tuuieron los sitios de los pueblos, y los pozos o cisternas que hizieron. Querer afirmar, o dezir de qué parte o por qué camino vinieron estos, no lo puedo afirmar; por que no lo sé.

En este año de mill y quinientos y cinquenta oy yo contar, estando en la ciudad de los Reyes, que siendo el illustríssimo don Antonio de Mendoça, visorey y gouernador de la nueua España, se hallaron ciertos huessos en ella de hombres tan grandes como la de estos gigantes y aun mayores. Y sin esto también he oydo antes de agora, que en un antiquíssimo sepulchro, se hallaron en la ciudad de México, o en otra parte de aquel reyno ciertos huessos de gigantes. Por donde se puede tener, pues tantos lo vieron, y lo afirman, que ouo estos gigantes, y aún podrían ser todos vnos[10].

Otro conocido cronista de la Historia de América, Fernando Montesinos, en su obra llamada Memorias Antiguas Historiales y Políticas del Perú, en el capítulo titulado De lo que sucedió en tiempo de este rey en el Cuzco, y origen de los gigantes en el Pirú, apunta:

Estando el rey Ayar Tacco Capac con mucha quietud en el Cuzco, le dijieron los ariolos y adivinos, cómo, queriendo aplacar la ira del Illatici, hallaron muy mal pronóstico en las entrañas de las ovejas y carneros que habían sacrificado. Dióle cuidado esto al rey, y al cabo de pocos días le vino nueva cómo en los Llanos habian desembarcado, de balsas y canoas, que hacian una gran flota, mucho número de gentes extrañas, y que si iban poblando, especialmente á las orillas de los ríos; y que unos hombres de grande estatura habian pasado adelante. Y afirman los amautas que fue sin número las gentes y naciones que por este tiempo vinieron. Luégo que el rey supo desta venida, envió á saber qué gente era, qué armas ofensivas y defensivas traían, y qué modo de vida. Volvieron los espías y dijieron, que donde quiera que llegaban que habia gente, se quedaban y sujetaban á todos los de la tierra, y que habian poblado por los Llanos, y algunos habian subido á las sierras, y que se gobernaban por behetría.

Sabido esto por el Ayar Tacco Capac, previno sus capitanes y gente de guerra para lo que sucediese; pero no fue necesario para este efecto, porque los forasteros se detuvieron en los Llanos, pareciéndoles que era imposible que hubiese hombres despues de tan altas y ásperas sierras, excepto algunos pocos que las pasaron y poblaron en Huátira y Quínoa, prosiguiendo unos edificios que hallaron comenzados, con los instrumentos de hierro que de sus tierras trajeron.

Los que se quedaron en Pachacama, hicieron un templo suntuosísimo al Criador de todas las cosas, en hacimiento de gracias. Fingen aquí los amautas, trocando las suertes, que el dios Pachacama, que quiere decir «Criador», crió estas infinitas gentes en la mar y las trajo á estas partes, y por eso llaman Criador á Pachacama.

Tambien las espías dijieron cómo los hombres grandísimos y altos habian llegado hasta la punta que hoy llamamos de Santa Elena, y señeorando aquella tierra de Puerto Viejo, y que los naturales se iban huyendo dellos, porque usaban mal de sus cuerpos. Y no era, á mi parecer, huir del pecado, porque tambien ellos eran dados á la sodomía, sino por el daño que recibian de fe sus instrumentos, que con ellos les quitaban la vida. Pero fue tanto el exceso destos gigantes, que tomó á su cargo el castigo la Divina justicia, que los castigó en un instante enviando fuego del cielo que repentinamente los consumió. Fingen aquí los amautas, que su padre el sol, con rayos muy encendidos, los abrasó, porque de otra manera acabarán el mundo. De esto se halla memoria en los huesos que reservó Dios para ejemplo de los venideros. Hueso se ve de la rodilla para abajo, de la altura de un hombre. Tambien se ven en la misma punta de Santa Elena unos pozos que hicieron en peña viva, donde se coge agua muy fresca y muy buena; obra de gran admiración.

El rey Ayar Tacco, recelándose de esta gente que iban poblando en algunos lugares de la sierra, como en Caxamarca y Huáitara y en todos los Llanos, salió del Cuzco con un numeroso ejército con ánimo de sujetallos y empeñallos. Llegó hasta Andaguailas, y allí tuvo nueva de que la gente contraria era mucha y mus disforme. Mudó de parecer y contentóse con poner en Vilcas guarnicion y en Lima Tambo, dando órdenes apretadas á los cabos de que no dejasen pasar al Cuzco estas gentes tan extrañas; pero confiando poco en diligencias agenas y desvelándole el cuidado de los enemigos, se quiso hallar presente en Lima Tambo, al opuesto dellos, porque supo que hacian juntas y fuertes en los Llanos contra él. Dispuso su gente en esta forma: por los cerros puso muchos soldados que con galgas y grandes piedras estorbasen el paso del enemigo, forzándole á ir por el camino, que por Lima Tambo es estrecho, y en él puso la fuerza de sus gentes.

Estando en esta ocupacion, cansado y fatigado con tantas novedades como le traían cada dia, murió, habiendo reinando veinticinco años. Dejó por heredero á Huascar Titu, primero de este nombre, duodécimo rey peruano, el cual llevó el cuerpo de su padre Ayar Tacco Titu al Cuzco, á las casas del sol, como lo había él mandado, y despues de haber hecho las obséquias, se volvió á Lima Tambo á proseguir las fortificaciones que su padre habia comenzado contra los chimos, dichos así los extranjeros de Trujillo, que eran más belicosos, del Chimo, su rey y su capitan.

Cada día se reforzaban las nuevas de que los chimos se iban cada instante aumentando y mejorando de fortalezas y armas, para, en estando bien prevenidos, de dentro de su casa, ir á conquistar al Cuzco. Con cuidado de resistirlo vivió siempre Huascar Titu toda su vida, hasta que le cogío la muerte, habiendo vivido sesenta y cuatro años y reinando los treinta. Tuvo este rye muchos hijos y dejó por su heredero á Quispi Titu, y fue el decimotercero rey peruano. Fue éste muy querido de sus vasallos y dél no se dice cosa notable más de que murió á los treinta años de su edad, habiendo reinado.... años. Dejó por su heredero á Titu Yupanqui Pachacuti, que fue el decimocuarto de los reyes peruanos[11].

Al respecto de las Cinco Edades en el Mundo Andino, el cronista peruano Murúa refiere:

(...) unos quentos y fabulosas notables, que desde la creación dell mundo hasta este tiempo hauían parido quatro soles sin este que al presente nos alumbra. El primero se perdió por agua, el segundo cayendo el cielo sobre la tierra y que entonces mató a los gigantes que había y que los huesos que los españoles an hallado cobando en diferentes partes son dellos... El terzer sol dize que faltó por fuego. El quarto que por ayre; deste quarto sol tenían gran cuenta y lo tenían pintado y señalado en el templo de Curicancha y puesto en sus quipus hasta el año de 1554[12].

En la región andina, los indios Guari señalaban que sus progenitores habían salido de unas cuevas del Nevado de Yarupajá y que eran descendientes de una antigua nación de gigantes[13] .

III.- Los Gigantes del Confín del Mundo:

Posiblemente, los Gigantes Patagones del extremo Sur sean los más reconocidos de América, quienes generaron gran impacto a los testigos occidentales tanto por su considerable tamaño como por sus expresiones y manifestaciones culturales. Se emplazaban en la zona patagónica, hasta el Cabo de Hornos.

Antonio de Herrera, cronista oficial del Rey Felipe II, expresa el siguiente episodio en relación con los Gigantes Patagones:

Iba el capitán general reconociendo los puertos de la parte del sur, y halló muchos, tan buenos, que sin amarras podían estar las naos seguras, y esto fue á los veinte y dos de abril, y aquella noche llegaron á bordo de las naos dos canoas de indios, que parecían que amenazaban; y porque eran hombres de grandes cuerpos, algunos les llamaron jigantes y otros los han dicho patagones, y por no haber hallado mucha conformidad en los que refieren las cosas destos hombres no se dirá aquí otra cosa dellos[14].

En la Historia General y Natural de las Indias (1526) de Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdés, aparece en el capítulo VI titulado Cómo el capitán general, frey Garcia Jofré de Loaysa, se juntó con las otras naos de la armada, y de otra fortuna que se les siguió, y de los jigantes y gente del estrecho de Magallanes, el cual nombre á éstos jigantes patagones se los dio Magallanes, la siguiente crónica:

Y así siguieron hasta una legua delante de la bahía de la Victoria é hallaron muchos ranchos y chozas de los patagones, que son hombres de trece palmos de alto y sus mujeres son de la mesma altura. Y luego que los vieron salieron las mujeres á ellos, porque sus hombres eran idos á caza é gritaban y capeaban á estos cripstianos, haciéndoles señales que se detoviesen atrás: pero los cripstianos, como tenían ya costumbre de hacer la paz con ellos, luego comenzaron á gritar diciendo o o o, alzando los brazos y echando las armas en tierra y ellas echaban asimesmo los arcos é hacían las mesmas señales, é luego corrieron los unos para los otros y se abrazaron.

Decía este padre don Joán que él ni alguno de los cripstianos (que allí se hallaron) no llegaban con las cabezas á sus miembros vergonzosos en el altor con una mano, cuando se abrazaron, y este padre no era pequeño hombre sino de buena estatura de cuerpo. Luego, los cripstianos les dieron cascabeles y agujas y otras cosas de poco precio, é los cascabeles ensartábanlos en hilos é ponianlos en las piernas é como se meneaban y oían sonidos dellos, daban brincos y saltos con ellos y espantábanse de los cascabeles é con mucha risa gozábanse maravillados dello. Yo quise informarme que cómo sabían esos cripstianos y el clérigo que lo ques dicho era la costumbre de se hacer la paz con esas gentes jigantes é dijóme que ya habian visto antes de aquestos hombres, como adelante se dirá en el capítulo siguiente. Los arcos eran cortos y recios y anchos, de madera muy fuerte, y las flechas como las que usan los turcos y con cada tres plumas, y los hierros dellas eran de pedernal, á guisa de arpones ó rallones bien labrados. E son muy grandes punteros y tiran tan cierto como nuestros ballesteros ó mejor. Traen en las cabezas unos cordeles, en torno sobre las orejas, y entrellas y la cabeza ponen las flechas á guisa de guirnalda, con las plumas para arriba, y de allí las toman para tirar, y desta manera salieron aquellas mujeres. Es gente bien proporcionada en la altura ques dicho, andan desnudos, que ninguna cosa traen cubierta sino las partes menos deshonestas de la generación é allí traen delante unos pedazos de cuero de danta. Este nombre danta dánsele los cripstianos á aquellos cueros, no porque sepan que son de dantas, que á verdad no lo son, sino unos animales que tienen el cuero grueso, como de danta ó mas[15].

Más adelante, en la misma obra de Fernández de Oviedo, en el capítulo VII, titulado De lo que acaesció al clérigo don Joán de Reyzaga y sus compañeros con los patagones jigantes é de la prosecución de su camino en busca de las naos y armada, se señala:

Así como las mujeres jigantas que es dicho hicieron las paces con esos cripstianos lleváronlos á sus ranchos donde vivían é aposentáronlos uno á uno por sí separados por los ranchos é diéronles ciertas raíces que comiesen, las cuales al principio amargan, pero usadas, no tanto, y diéronles unos mujiliones grandes, quel pescado de cada uno era más de una libra y de buen comer. No desde á media hora questaban en los ranchos, vinieron los hombres desas mujeres de caza é traían una anta que habían muerto, de más de veinte ó treinta arreldes, la cual traía á cuesta uno daquellos gigantes, tan suelto y sin cansancio, como si pesara diez libras. Así como las mujeres vieron á sus maridos, salieron á ellos é dijéronles cómo estaban allí esos cripstianos y ellos los abrazaron de la manera que se dijo de suso y partieron con ellos u caza y comenzaron de la comer cruda como la traían, quitando lo primero el cuero, y dieron al clérigo un pedazo de hasta dos libras. El cual lo puso al fuego para lo asar sobre las brasas y arrebatólo luego uno daquellos jigantes, pensando que el clérigo no lo quería, é comióselo de un bocado, de los cual pesó el clérigo, porque había gana de comer y lo había menester. Comida la danta, fueron á beber á un pozo, donde estos cripstianos fueron asimesmo á beber, y uno á uno bebían los jigantes con un cuero que cabía más de una cántara de agua, é aún dos arrobas ó más, y había hombres daquellos patagones que bebían el cuero lleno tres veces á reo, y hasta que aquél se hartaba los demás atendían.

            También bebieron los cripstianos con el mismo cuero, y una vez lleno bastó á todos ellos y les sobró agua, y maravillábanse los jigantes de lo poco que aquellos cristianos bebían. Como hobieron acabado de beber, se tornaron los uno y los otros á los ranchos, porque el pozo estaba desviado dellos en el campo, é ya era anochescido é aposentáronlos uno á uno, como ya se dijo.

            Estos ranchos eran de cuero de danta, adobado como muy lindo y polido cuero de vaca, y el tamaño es menor que de vaca, y pónenlo en dos palos contra la parte de do viene el viento, é todo lo demás es estar descubierto al sol y al agua, de manera que la casa no es más de lo que es dicho y en eso consiste su habitación, é toda la noche están gimiendo y tiritando de temblor del excesivo frío (porques frigidisima tierra á maravilla), y es necesario que los vea, porque está en los cincuenta y dos grados y medio de la otra parte de la equinocial, á la parte del antártico polo. No hacen fuego de noche, por no ser vistos de sus enemigos, y de continuo viven en guerra, y por pequeña causa ó antojo mudan su pueblo y casas sobre los hombros y se pasan á donde quieren, que son tales como he dicho. Esta vecindad ó ranchos eran hasta sesenta ó más vecinos y en cada uno dellos más de diez personas. Toda aquella noche estovieron estos pocos españoles con mucho deseo y temor, esperando el día par se ir, si puidiesen, en paz á donde habían dejado su nao; la cual quedaba más de cuarente leguas de allí, y no tenían qué comer ni dineros para lo comprar, y caso que los tovieran, aquella gente no sabe qué cosa es moneda. Cuando á la mañana se despidieron de los jigantes, fue por señas no bien entendidas de los unos ni de los otros, y guiaron los españoles hacia la ribera y costa, por ver si hallarían con diligencia alguna señal ó vestigio de las naos, porque, como tengo dicho, allá estuvieron surtas la capitana y otras dos.

Bien creían estos compañeros, segund este clérigo decia, que aquellos jigantes hicieran lo que después hicieron, sino fuera por un perro que llevaban consigo, de quien aquella gente temía mucho, porque el perro se mostraba tan feroz y bravo contra ellos, que apenas lo podían tener los cripstiano ó refrenar su denuedo. Así como llegaron á la costa, vieron maderas y cepos del artilleria y botas que la nao, con la fortuna que se dijo, había alijado, y por esto sospecharon lo que les habia acescido, é prosiguieron su camino. E cuando fue de noche llegáronse á la costa y hallaron algund marisco y lapas, que comieron crudas, y echáronse á dormir, haciendo hoyos en la arena y cubriéndose con ella, excepto las cabezas, é pasaron esa noche mucho frio y hambre, allende del cansancio.

Posteriormente, en el mismo capítulo, los Gigantes Patagones vuelven a ser mencionados:

El día siguiente, continuando su jornada, perdieron un compañero, que se decía Johan Pérez de Higuerola, y quedaron el clérigo y los otros dos hombres, é cuando quiso amanescer vieron más de dos mill patagones ó jigantes (este nombre patagón fue á disparate puesto á esta gente por los cripstianos, porque tienen grandes piés; pero no desproporcionados, segund la altura de sus personas, aunque muy grandes más que los nuestros), y nenían hacia los cripstianos alzando las manos y gritando, pero sin armas y desnudos. Los cripstianos hicieron lo mismo y echaron las armas en tierra y fuéronse a ellos, porque, como tengo dicho, esta es la manera y forma de salutación ó paz que aquellas gentes usan cuando se ven con otros, é abrázanse en señal de seguridad ó amor. E así se hizo, y fecho aquesto, alzaron á estos tres cripstianos de uno en uno sobre las cabezas, y lleváronlos un cuarto de legua grande de allí á un valle, donde había un grand número de ranchos, segund los que quedan dichos, á manera de gran cibdad, armados en aquel valle. Y luego hicieron traer sus arcos y flechas y penachos para las cabezas y también para los piés, é desque hobieron tomado los arcos y penachos los tormaron á alzar y movieron de allí, é apartados una legua grande de los ranchos, que ya no los odían ver, tornaron á tomarlos en peso y despojáronlos, é traían entre menos estos cripstianos, mirándolos como espantados de ver su pequeñez y blancura, é trabábalos desde sus naturas, é parte por parte, cuanto tenía la persona de cada español destos, palpaban y consideraban. E los trían así entre si con mucho bullicio, tanto, que esos pescadores españoles sospecharon que los querían comer é que quisieran también informase del gusto de tal carne y ver qué tales eran de dentro en lo interior de sus personas, y así con mucho temor se encomendaban á Dios el clérigo don Johán de Areyzaga y sus compañeros. E quiso Nuestro Señor socorrerlos en tanta necesidad y librarlos desta salvaje generación jigantea, porque muchas veces armaron los arcos y pusieron flechas en ellos, haciendo señales que los querían tirar y asaetearlos. Pasadas tres horas ó más que en esto pasaban tiempo, vino un mancebo que en su aspecto parescía muchacho, y con él otros veinte jigantes, los cuales traían sendos arcos y sus flechas, y cubiertos los estómagos con unos cueros blandos y peludos como de carneros muy finos y con muy hermosos penachos blancos y colorados de plumas de avestruces. Al cual cómo le vieron los otros jigantes, todos se sentaron en tierra é bajaron las cabezas, y hablaron algund poco entre sí, como quien reza en tono bajo, y ninguno alzaba los ojos del suelo, aunque eran más de dos mill los que habían despojado á estos tres cripstianos, que cada momento pensaban que sus días eran cumplidos y que aquel jigante mancebo debiera ser su rey é que venía á dar conclusión en sus vidas. Lo que pudieron entender fue que les paresció á estos españoles que aquel jigante mancebo reprendía a los otros, y tomó al clérigo don Johán por la mano y lo alzó en pié, el cual, aunque parescía de diez y ocho ó veinte años, y el don Johan de veinte y ocho ó más, y era de buena y mediana estatura y no pequeño, no llegaba á sus miembros vergonzosos en altor. E puesto en pié, llamó a los otros dos españoles é hizoles señal con la mano á que fuesen, é al dicho don Johán uno de los veinte que vinieron á la postre con aquel capitán ó rey mancebo, le puso un grand penacho en la cabeza. E así se partieron en carnes desnudos estos tres compañeros é no osaron pedir sus vestidos, porque viendo la liberalidad de aquel principal, sospecharon quél pensó que así debían andar y que si hicieran señas pidiendo la ropa, que, aunque, se la mandase dar, tomaría saña y haría algund castigo en los primeros jigantes, é hobieron por mejor no le alterar é irse sin los vestidos, pues les dejaban las vidas. E prosiguieron su viaje por la costa con grandísima hambre y sed y frío, y llegados á la mar, hallaron un pescado muerto, que parescía congrio, quel agua le había echado en la playa, é comiéronle crudo y no les supo mal.

Traían aquellos jigantes pintadas las caras de blanco y rojo y jalde, amarillo y otros colores; son hombres de grandísimas fuerzas, porque decía esto el clérigo don Johán que á todos  tres servidores, ó cámaras de lombardas de hierro, tan grandes que cada servidor ó verso pesaba dos quintales ó más, los alzaban de tierra con una mano en el aire más altos que sus cabezas. Traen muy hermosos penachos en las cabezas y en los piés, y comen la carne cruda y el pescado asado y muy caliente. No tienen pan, ó si lo tienen, estos cripstianos no lo vieron, sino unas raíces que comen asadas y también crudas, y mucho marisco de lapas y mujiliones  muy grandes asados, y hostías mucho grandes, de que se puede sospechar que también serán las perlas grandes. En aquella costa mueren muchas ballenas sin que las maten, é la mar brava las echa en la costa, y aquestos jigantes las comen.

Decía este padre clérigo que antes de todo lo que es dicho, estando seis jigantes destos en una nao desta armada, este clérigo y otros dos compañeros salieron en tierra, por ver algo de las costumbres desta gente, y que, llegados en una valle. Donde hallaron ciertos jigantes destos, los cuales se sentaron en rengle é hicieron señas questos españoles se sentasen así entre ellos y lo hicieron; luego trujeron allí un grand pedazo de ballena de más de dos quintales, hediendo, y pusiéronles parte dello delante del clérigo y sus compañeros, y ello estaba tal que no lo quisieron, y los indios comenzaron á cortar con unos pedernales que cada uno traía, y en cada bocado comían tres á cuatro libras ó más. E volvieron con ellos á la nao é dieronles cascabeles y pedazos de espejos quebrados y otras cosas de poco valor, con que ellos mostraron ir muy ricos y gozosos, y  espantábanse mucho de los tiros de la artillería y de todas las otras cosas de los cripstianos[16].

En el capítulo VIII de la mencionada obra de Fernández de Oviedo, llamado De algunas particularidades desta gente de los jigantes y de las aves y los pescados y otras cosas de que tuvieron noticia los desta armada, se indica:

Estos jigantes son tan ligeros, según este clérigo don Johán de Areyzaga testifica, que no hay caballo bárbaro ni español tan veloce en su curso que los alcance. Cuando bailan toman unas bolsas cerradas y muy duras de cueros danta y dentro llenas de pedrezuelas, y traen sendas destas bolsas en las manos, y pónense tres ó cuatro dellos á una parte y otros tantos á otra, y saltan los unos hacia los otros, abiertos los brazos, y meneándolos hacen sonar las pedrezuelas de las bolsas, y esto les tura todo lo que les paresce ó es su voluntad, sin cantar alguno. E parésceles á ellos una muy extremada melodía y música, en que tienen muy grand contentamiento, sin desear la cítara de Orfeo ni aquel su cantar con que fingen los poetas que mitigó á Plutón é hizo insensibles las penas de Tántalo y Sísifo y de otros atormentados en el abismo.

Tornando á nuestro propósito, son muy grandes braceros estos jigantes, y tiran una piedra á rodeabrazo muy recia, y cierta y lejos, de dos libras y más de peso. Es gente muy alegre y regocijada.

Queriendo este clérigo don Johán de Areyzaga vengarse de la injuria que le hicieron cuando le despojaron, como se dijo en el capítulo precedente, algunos destos jigantes venían al pantax y él quiso tomarles los arcos y maltractarlos. Y un día uno llegó á la costa y comenzó á dar voces para que lo tomasen en el batel, y este padre clérigo y otros fueron por él, pero como era sacerdote pasósele la malenconía y no lo quiso maltractar, é aunque los otros cripstianos le querían matar, no lo consistió él, y lleváronle á la nao y diéronle de comer muy bien pescado y carne, quel pan no lo quiso ni lo comen estos jigantes, ni tampoco quieren vino. Y diéronle donde durmiese aquella noche debajo de cubierta, é desque fue echado, cerraron el costillón y cargarónle dos ó tres servidores de lombardas grandes, y una caja grande, llena de ropa. Y desde á poco espacio el jigante, congojado de estar allá abajo, y no le contentando aquel cerrado dormitorio, quiso salir de allí, y puso los hombros al escotillón y todo lo levantó y se salió fuera. Y viendo esto los cripstianos y gente de la nao, pusiéronle en otra parte, donde estuvo, no cesando en toda la noche de cantar y dar voces, y á media noche pensó que los cripstianos dormían, é quisose ir sin el arco y sus flechas, y entre un pedazo de aquel cuero quél traía delante del estómago, metió el chapeo del clérigo y se fue. Son tan salvajes, que piensan que todo es común, y que los cripstianos no se enojan de lo que les hurtan, y así tornaba después el mismo jigante, y por señas daba á entender con mucho placer cómo había hurtado el chapeo. En aquella costa hay mucho pescado, y muy bueno, y de muchas maneras. Hay diversas aves y muchas raleas dellas, así grandes como pequeñas. El manjar destos jigantes es el que se ha dicho daquellas dantas y ballenas y otros pescados, y unas raíces buenas, que parescen chiribias, las cuales tienen mucha substancia y es gentil mantenimiento, y cómense curadas al sol, crudas y también asadas y cocidas[17].

En el capítulo X, de la misma Historia de Oviedo, aparece una breve referencia de los Gigantes:

Esto fue á los veinte y tres días de aquel mes, y aquella noche vinieron á bordo dos canoas de patagones ó jigantes, los cuales hablaban e son de amenazas, y el clérigo les respondía en vascuense: ved cómo se podrían entender. Pero no se llegaron muy junto, y caso que quisieran ir á ellos con el batel, fuera por demás, porque las canoas generalmente andan mucho más que los bateles y tanto más andarán aquellas que son bogadas de tan grandes fuerzas de hombres: así que no era posibles alcanzarlas. Y cuando se fueron, mostraban unos tizones encendidos; bien creyeron los criptianos que su fin de aquellos jigantes sería pegar fuego á las naos pero no osaron llegar tan adelante[18].

Y más adelante, el mismo cronista expresa:

Hay asimesmo ríos y arroyos muy buenos y muchos, en especial en los puertos que se han nombrado. Todo este Estrecho es poblado de los patagones y jigantes que es dicho, los cuales andan desnudos y son archeros[19].

Finalmente en el capítulo XIV, titulado Del Estrecho de Magallanes y de su longitud y latitud y partes señaladas dél y de los jigantes que en él habitan y otras particularidades, se señala:

Dicho queda en los capítulos precedentes que la una costa y la otra del Estrecho de Magallanes es habitada de jigantes, á los cuales nuestros españoles llamaron patagones por sus grandes pies, y que son de trece palmos de altura en sus estaturas y de grandísimas fuerzas y tan veloces en el correr como muy ligeros caballos ó más, y que comen la carne cruda y el pescado asado y de un bocado dos ó tres libras, y que andan desnudos y son flecheros, y otras particularidades que desta gente puede haber notado el letor. Pero porque no se piense que aquestos hombres son los de mayor estatura que en el mundo se sabe, ocurrid, letor, á Plinio y diciros ha, alegando á Onesícrito, que donde el sol en la India no hace sombra, que son los hombres tan altos como cinco cobdos y dos planos, y que viven ciento treinta años y que no envejescen, pero que mueren en aquel tiempo cuasi como si fuesen de media edad. Dice más Plinio en su Historia Natural que una gente de los etipios pastores, la cual se llama siborta, á par del río Astrago, vuelta á septentrión, crece más que ocho cobdos. Así que estos son mayores hombres que los del Esterecho de Magallanes, y cuanto á la velocidad, el mismo auctor escribe que Crate Pargameno refiere que sobre la Etiopia son los tragloditas, los cuales vencen á los caballos de ligereza[20].

Por su parte, el cronista López de Velasco, menciona también la existencia de los Gigantes patagones en la zona magallánica:

En la costa y tierras de la Mar del Norte se han hallado por todos lo que han navegado muchos hombres muy grandes, de á diez y doce palmos altos, que llaman Patagones ó jigantes, bien proporcionados y trabados de grandes fuerzas y ligereza, y grandes tiradores y punteros de arco, bien acondicionados, aunque bravos y fieros en la guerra unos con otros[21].

El gran navegante Pedro Sarmiento de Gamboa, refiere a la creación del Mundo hecha por Viracocha Pachayachachic y a la existencia de unos Gigantes deformes pintados ó esculpidos por la Divinidad que al no estar contento con ellos, creó a hombres a su semejanza[22]. Sarmiento de Gamboa, en su Viaje al Estrecho de Magallanes, deja registros de la gigantesca estatura de los Patagones. Uno de los colonos, llamado Hernández, en el Arcano del Mare, (1661), hace clara diferencia entre los gigantes y los nativos rechonchos de la Tierra del Fuego[23].

Arnoldus Florentinus van Langren, en su carta de la América del Sur, presenta el Patagonum Regnum, cuyos habitantes son gigantes de nueve, incluso diez pies de alto, y pintan sus rostros con varios colores que extraen de diversas hierbas[24].

Otro registro de la existencia de los Gigantes Patagones, lo aporta el aventurero inglés Byron, quien escribe: No los medí, pero, si puedo juzgar de su altura, comparándola con la mía, puedo decir que no era menos de 7 pies[25]. El padre Diego Rosales añade información acerca de los Gigantes vistos en Chile, indicándolos como indios de soberbia grandeza, encontrándose en sus sepulturas cabezas y huesos que exceden a los otros incomparablemente[26].

Fray Gaspar de Carvajal, por su parte, señala en su Relación, el encuentro con los Gigantes de un país llamado Aparia: eran de estatura muy altos, que cada uno era gran palmo más alto que el más alto cristiano... y nunca supimos dónde ni de qué tierra habían venido estos indios[27].

Según Fernández de Oviedo, asombrados los españoles por el gran tamaño de las huellas que encontraron en la Tierra del Fuego, les denominaron Patagones.

Entre los Selk´nam de la Tierra del Fuego, se relata la existencia del gigante Cásquel, cuyas piernas eran más grandes que un coihue, y más fornidas. Sus brazos tenían los músculos tan desarrollados; que con su honda era capaz de lanzar grandes peñascos a apreciables distancias. Su cabello, negro y desordenado, se parecía a una enorme mata de cochayuyo. Poseía además, unos perros de sangre que perseguían a los hombres. Este gigante fue destruido por el jon Cuányip[28].

En 1519, según lo refiere el expedicionario Antonio Pigafetta, los españoles al mando de Magallanes, vieron en el Estrecho, en la bahía de San Julián, a los 49 y medio grados de latitud, unos gigantes tan altos que apenas si ellos les llegaban a la cintura. Estaban armados de arcos y se cubrían de pieles[29].  Pigafetta expresa de un gigante patagón:

Este hombre era tan grande que nuestra cabeza alcanza apenas a su cintura. Era de una hermosa estatura: su rostro era ancho i teñido de rojo, los ojos estaban rodeados de amarillo i sus mejillas tenían dos manchas en forma de corazón. Sus cabellos, que eran muy reducidos, parecían emblanquecidos con algún polvo. Su vestido, o mejor dicho su capa, era hecha de cueros de un animal que abunda en este país. Este animal tiene la cabeza i las orejas de mula, el cuerpo de camello, las piernas de ciervo i la cola de caballo, i relincha como éste[30]. El mismo autor señala a su vez, el momento en que Magallanes pone amablemente frente a uno de estos Gigantes un espejo, causándole gran horror, y éste retrocedió tan espantado que echó al suelo a cuatro de nuestros hombres que estaban detrás de él. Uno de aquellos Gigantes fue bautizado como Juan Gigante, el cual se quedó unos cuantos días a bordo y le gustaba comerse los ratones de la nave[31].Pigaffeta expresa en su obra el episodio en que un grupo de éstos gigantes australes se pone a bailar y a cantar, con el dedo índice levantado hacia el cielo[32].

Los Gigantes capturados por Magallanes exclamaban: ¡Setebos![33].

Bartolomé - Leonardo de Argensola, en el libro I de su Historia de la Conquista de las Molucas, expresando que Magallanes capturó algunos de estos Gigantes, que tenían más de quince palmos de altos, es decir diez pies y medio, pero que murieron muy pronto, faltos de su alimentos habituales. El mismo historiador, en su libro 3, relata que los barcos de don Pedro Sarmiento de Gamboa combatieron con unos hombres que tenían más de tres varas de alto, es decir más o menos ocho pies; que al comienzo rechazaron a los españoles, pero luego, asustados por los disparos de los mosquetes, huyeron[34].

En el libro de Sébald de Wert (1599), quien navegando por el Estrecho de Magallanes en 1599 con cinco veleros en la Bahía Verde, vio siete piraguas llenas de gigantes que tendrían de diez a once pies de alto; los holandeses los atacaron, y las armas de fuego les asustaron a tal extremo que se les vio arrancar árboles para ponerse a cubierto de las balas de los mosquetes[35] . Oliverio de Noort presenció hombres de diez a once pies de alto, unos meses después de la excursión de Sébald[36]. Frezier, ingeniero  del Rey, escribe tras su viaje al Mar del Sur: más adelante hay otra nación de indios gigantes que los chonos llaman caucahues. Como son amigos de los chonos, algunos vienen a veces con ellos hasta los poblados españoles de Chiloé. Don Pedro Molina, que había sido gobernador de esta isla, y algunos otros testigos oculares del lugar, me dijeron que tenían aproximadamente cuatro varas de alto, es decir cerca de nueve a diez pies. Son los llamados patagones, que habitan las costas orientales de la tierra desierta, de las cuales hablan los antiguos relatos; estos relatos han sido después considerados leyendas, pues en el Estrecho de Magallanes los viajeros vieron indios cuya talla no sobrepasada para nada la de los demás seres humanos. Esto fue lo que engañó a Froger en su relación del viaje del señor de Gennes, puesto que algunos marinos vieron al mismo tiempo los unos y los otros[37]. Frezier en 1704, señala que en el mes de julio, la gente del Jacques, de Saint- Malo, al mando de Harinton, vio siete de estos gigantes en la Bahía Gregorio. Los marinos del Saint Pierre, de Marsella, bajo el capitán Carman de Saint – Malo, vieron seis, entre los cuales había uno que tenía algunas insignias de distinción. Sus cabellos estaban plegados en una especie de red hecha de tripas de pájaro, con plumas todo alrededor de la cabeza. Su vestuario era una bolsa de piel, con pelo vuelto hacia adentro. A lo largo del brazo metido en la manga, sujetaban su carcaj lleno de flechas. Les regalaron algunas a los marinos, y les ayudaron a empujar el bote a la playa. Los marineros les ofrecieron pan, vino y aguardiente, pero no quisieron probar nada. Al día siguiente, desde el barco, vieron, más de doscientos indios reunidos[38].

El capitán Reainaud, de regreso a Marsella en 1764, interrogado por Coyer, señaló que los gigantes miden nueve pies, poco más o menos, mujeres y niños en proporción... ¿Y dónde los habéis visto? En las cercanías del Estrecho de Magallanes, donde tuve que fondear para proveerme de agua. El viaje de Reainaud tuvo lugar en 1712[39] . Coyer refiere a su vez, el acontecimiento que el holandés Guillermo Schouten registra en su Diario, donde menciona que encontrándose en Puerto Deseado, en tierras magallánicas, halló entre las montañas unos montones de piedras, que provocaron su curiosidad: Cubrían éstos unos huesos humanos de diez y once pies de largo. No parecía tratarse de la sepultura de algún monstruo marino[40]. Coyer enumera en su obra conocidos casos de esta raza de  Gigantes en la Historia de la Humanidad: Goliath, en el relato bíblico[41], que tenía seis codos y un palmo de alto (Libro I de los Reyes); Og, rey de Basán cuyo lecho era de nueve codos (Deuteronomio. Capítulo 3, versículo 2) de largo y esa raza de gigantes que asombró a la humanidad por su estatura y sus crímenes antes del diluvio (Génesis, capítulo 6). El esqueleto de Orión, encontrado en Candia, al cual Plinio parece atribuir cuarenta y seis codos; el cadáver del gigante Anteo, que Sertorio según relata Plutarco, hizo desenterrar en la ciudad de Tánger, y cuyo largo comprobó que era de sesenta codos. El señor Henrion, miembro de la Académie des Inscriptions et Belles Letters trajo a dicha Academia en 1718 una tabla cronológica de las tallas humanas desde la creación del mundo hasta el nacimiento de Jesucristo. En esta tabla el señor Henrion le asigna a Adán ciento veintitrés pies, nueve pulgadas y tres cuartos, y de ahí hace derivar una regla de proporciones entre las tallas masculinas y femeninas a razón de veinticinco a veinticuatro. Pero muy luego se sustrae a la naturaleza estas majestuosas grandezas. Según él Noé tenía veinte pies menos que Adán. Abraham ya sólo media veintisiete a veintiocho. Moisés se redujo a trece, Hércules a diez, Alejandro El Grande apenas quedó de seis, Julio César no alcanzaba a los cinco[42].

El norteamericano Benjamin Franklin Bourne, cautivo en 1849 por una de las tribus del Estrecho de Magallanes, describió a los Gigantes, señalando que son de cuerpo macizo; a primera vista aparecen como absolutamente gigantescos. Son más altos que cualquiera otra raza que yo haya visto; sin embargo me es imposible dar una descripción minuciosa  pues el único patrón de medida que tenía era mi propia estatura, que es de alrededor de cinco pies diez pulgadas (1, 78 m.)... todos los hombres eran por lo menos una cabeza más alta que yo. Su estatura media me parece que es cercana a los seis pies y medio (1, 98m.) y había algunos individuos que podían tener algo menos de siete pies de altura (2.13m.)[43]. Luego será el comandante Munsters quien, recorriendo el interior del continente desde el paralelo 50 hasta el 40 de latitud sur, es decir desde el Río Santa Cruz hasta el Río Negro. Munsters señala que la media es de un metro ochenta y que hay algunos que sobrepasan el metro noventa[44].

CONSIDERACIONES FINALES EN TORNO A LOS GIGANTES PATAGONES

La cantidad de crónicas que registran la existencia de los Gigantes en América es sorprendente, especialmente en la zona austral de Chile. ¿Cómo se explica este hecho? Se podría atribuir a la “mentalidad europea de la época”, tan supersticiosa y pagana que proyectaría éstos seres sobrenaturales a la geografía americana, pero lo sorprendente es que la existencia está registrada, en primer lugar, en un período considerable de tiempo, de por lo menos tres siglos, es decir, desde el descubrimiento del Estrecho de Magallanes, hasta una fecha relativamente tardía en el siglo XIX. Un segundo aspecto es el conocimiento de la existencia de los Gigantes en las poblaciones aborígenes antes de la llegada de los europeos, como lo refieren los Guari, los Araucanos y los Selk´nam, entre otros. Un tercer aspecto a tomar en consideración, son los cronistas, personalidades de renombre y respeto ya en su tiempo debido a su formación empírica y racionalista, como es el caso de Vespucio, Pigafetta, el padre Acosta y Claudio Gay, por mencionar sólo a algunos, registran la existencia de los Gigantes en sus obras, resultando difícil e impensable que tan doctos personajes fuesen a exponer “rumores” acerca de Gigantes en sus obras, arriesgando así sus trabajos y prestigios. Estos son los registros de una antigua raza de Gigantes, originaria del casquete polar antártico, que habitó la región austral americana y luego el resto del continente, en una época anterior al poblamiento asiático - mongoloide.

RAFAEL VIDELA EISSMANN

Mayo del Año 2006.


[1] Díaz del Castillo, Bernal. Historia de la Conquista de Nueva España. Edición Porrúa. México. 1974. Página 135. Otro cronista, Pedro Mártir tuvo la oportunidad de medir el enorme hueso femoral, corroído por la antigüedad, de un gigante mexicano. En: Gerbi, Antonello. La Naturaleza de las Indias Nuevas. De Cristóbal Colón a Gonzalo Fernández de Oviedo. F.C.E. México. 1978. Página 68.

[2] Krickeberg, Walter. Mitos y Leyendas de los Aztecas, Incas, Mayas y Muiscas. F.C.E. México. 1971. Página 23.

[3] Krickeberg, Walter. Ibídem. Página 23.

[4] Según los Aztecas, los gigantes fueron quienes construyeron los túmulos y las pirámides al Sol y la Luna de Teotihuacan.

[5] De Acosta, Joseph. Historia Natural y Moral de las Indias. Ibídem. Libro I. Capítulo 19.

[6] De Acosta, Joseph. Ibídem.  Libro Séptimo. Capítulo 3, Cómo los seis linajes nauatlacas poblaron la tierra de México. Página 323.

[7] Nuñez Cabeza de Vaca. Naufragio y Relaciones. Capítulo VII.

[8] Vespucio, Américo. Carta a Lorenzo di Pier Francesco de Medici. 18 de Julio de 1500. Navigationis. Florencia. Editorial L. Formisano. 1985. Página 11.

[9] Cereceda, Dentin. Relatos Geográficos. S/E. Madrid. 1922. Página 248.

[10] Cieza de León, Pedro. Crónica del Perú. 1° Parte. Ibídem. Páginas 166 - 168.

[11] Montesinos, Fernando. Memorias Antiguas Historiales y Políticas del Perú. Seguidas de las informaciones acerca del Señorío de los Incas, hechas por mandado de D. Francisco De Toledo., Virrey del Perú [1570 - 1572]. En: Colección de Libros Españoles Raros o Curiosos. Tomo XV y XVI. Imprenta de Miguel Ginesta. Madrid, 1882. Páginas 52-57. El cronista Joseph De Acosta refiere similar información en su Historia Natural y Moral de las Indias, en cuanto a la presencia de Gigantes en Manta y Puerto Viejo, llegados de la mar, que edificaron edificios soberbios y pozos. Debido a sus pecados enormes fueron abrasados y consumidos con fuego que vino del cielo. Libro Primero. Capítulo 19. Página 53 de la obra citada.

[12] En: Uhle, Max. Estudios sobre Historia Incaica. La Esfera de Influencia del País de los Incas. Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Lima. 1969. Página 188.

[13] El Culto Andino a las Montañas estaría basado en las Pacarinas o Lugares Originarios y Míticos de ciertos linajes. El hecho de haber encontrado refugio en las más altas cumbres durante la Catástrofe (Diluvio) sería también parte de este Culto. Ver Las Montañas Sagradas de los Andes, de Rafael Videla Eissmann (Santiago de Chile, 2003).

[14] De Herrera, Antonio. Ibídem. Página 421.

[15] Fernández de Oviedo y Valdés, Gonzalo. Historia General y Natural de las Indias.  Páginas 57, 58 y 59. En: Colección de Historiadores de Chile. Tomo XXVIII. Publicados por José Toribio Medina. Santiago de Chile. Imprenta Elzeveriana. 1901.

[16] Fernández de Oviedo. Ibídem. Páginas 61 - 65.

[17] Fernández de Oviedo. Ibídem. Páginas 67 y 68.

[18] Fernández de Oviedo. Ibídem. Página 75.

[19] Fernández de Oviedo. Ibídem. Página 78.

[20] Fernández de Oviedo. Ibídem. Página 93.

[21] López de Velasco, Juan. Geografía y Descripción Universal de las Indias. En: Colección de Historiadores de Chile. Tomo XXVII. Publicadas por J.T. Medina. Santiago de Chile. Imprenta Elzeveriana. 1901. Página 320.

[22] Sarmiento de Gamboa, Pedro. Ibídem. Capítulos 6 y 7.

[23] Interesantísima diferenciación hecha por éste colono, que señalaría la existencia de dos razas en la zona patagónica. Pedro Sarmiento de Gamboa vincula en sus escritos a la Atlántida con América. La población americana, descendería de los atlantes. Ver Historia de los Incas. EMECE. Buenos Aires. 1942. Páginas 24, 32 y 39. Sarmiento de Gamboa, señaló a los americanos como descendientes del mítico Ulises. En un notable pasaje, el gran navegante Sarmiento de Gamboa escribe: Y muchos vocablos usan griegos y tenían letras griegas. Y desto yo he visto muchas señales y pruebas. Y llaman a Dios Teos, que es griego, y aun en toda Nueva España usan este término Teos por Dios. Obra citada. Página 34.

[24] Atlas de Mapas Antiguos de Colombia. Siglos XVI a XIX. Bogotá. Ediciones Arco. S/F. Lámina IX.

[25] Barros Arana, Diego.  La Estatura de los Patagones. Obras Completas. Santiago de Chile. VI. Páginas 349-350. Edmund Smith, por su parte, en su obra, menciona a los Gigantes de la Patagonia como los más renombrados del Globo. En: Los Araucanos. Imprenta Universitaria. Santiago de Chile, 1914. Páginas 163 y 164.

[26] Rosales, Diego. Historia de Chile. Santiago de Chile. S/F. Tomo I. Página 108.

[27] De Carvajal, Fray Gaspar. Ibídem. Página 37.

[28] Keller, Carlos. Dios en Tierra del Fuego. Mitos y Cuentos de los Sélcnam. Editorial Zig-Zag. Santiago de Chile, 1947. Página 67 y siguientes.

[29] Coyer. Ibídem. Página 32.

[30] Pigafetta, Antonio. Viagio. Libro I. En: Barros Arana, Obras Completas. VI. Página 263.

[31] Medina, José Toribio. Obras, CCXXIX-CCXXX.  Santiago de Chile. 1920.

[32] En: Gerbi, Antonello. La Naturaleza de las Indias Nuevas. Ibídem. Página 132. La edición española de Pigafetta sostiene que las patagonas llevan las tetas colgantes y que ellas van pintadas de rojo, con círculos amarillos alrededor de los ojos.

[33] Medina, José Toribio. Ibídem. Página CCXXIX.

[34] Coyer. Ibídem. Página 33.

[35] Coyer. Ibídem. Página 33 y 34.

[36] Coyer. Ibídem. Página 34.

[37] Coyer. Ibídem. Página 37 y 38.

[38] Coyer. Ibídem Página 39 y 39.

[39] Coyer. Ibídem. Página 43.

[40] Coyer. Ibídem. Página 68 y 69.

[41] Goliath de Gat, el campeador. Hay otras referencias a los Gigantes en el Antiguo Testamento. Así en Génesis (6,4): Existían por aquel Tiempo en la Tierra los gigantes, y también después cuando los hijos de los dioses se llegaron a las hijas de los hombres, y las engendraron hijos, que son los héroes. En Números (13, 34/33): Allí hemos visto a los gigantes descendientes de Haanaq, de la raza de los llamados Nefilin, resultando de ello nosotros, tanto a nuestros propios ojos como a los de ellos (...).

[42] Coyer. Ibídem. Página 66 y 67. El cronista Montesinos señala que la isla británica fue una vez poblada por gigantes, derrotados y expulsados por Bruto el Troyano. También consigna que en Sicilia una vez hubo gigantes, que Júpiter hundió en el Etna (En: Gerbi, Antonello. La Naturaleza de las Indias Nuevas. Ibídem. Página 106).

[43] Coyer, François-Gabriel. Sobre los Gigantes Patagones. Carta del Abate François-Gabriel Coyer al Doctor Maty, Secretario de la Royal Society de Londres. Ibídem. Página 16.

[44] Coyer. Ibídem. Página 17.


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