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EL GRAN AMIGO CHILENO DEL DALAI LAMA
Publicado en El Mercurio, 7 de mayo de 2006
Uno, seguidor de Hitler, y el otro, de Buda. El escritor Miguel Serrano y el líder espiritual del Tíbet se conocieron cuando este último tenía sólo 25 años. Luego se reencontraron varias veces, compartieron simbólicos regalos y la amistad de personalidades como la mandataria india Indira Gandhi.
Gabriel Pardo
Acariciando a su gata, sentado en un gran
sillón de cuero en el living de su casa, bajo una lámpara de luz tenue,
permanece Miguel Serrano (88). Lo rodean imágenes de Hitler y de svásticas en
las paredes, pero también añosas fotografías junto a sus ilustres amigos
fallecidos: Herman Hesse, la primera ministra de india Indira Gandhi y el
sicoanalista Carl Gustav Jung.
Ahí, arrellanado en su sillón, el escritor, ex diplomático y fiel seguidor del
nacionalsocialismo, vio por televisión la llegada de Dalai Lama a Chile.
Serrano es el único chileno que conoce al líder espiritual desde su juventud y,
claro, también hay una fotografía suya en el living. La imagen es de 1959 y
aparecen juntos el día en que la autoridad tibetana cumplía 25 años.
Lo primero que dice el escritor, algo ofuscado, es una crítica. "¿Por qué
Michelle Bachelet no lo recibió en La Moneda?". Y contesta él mismo.
"Claro, porque están en juego los tratados de libre comercio con China y que la
Presidenta reciba al líder de los tibetanos en el palacio de gobierno sería muy
mal visto por las autoridades chinas. Fue una falta de respeto".
El comentario no sorprende tanto como la historia de insólitas coincidencias,
intercambios de regalos y sorprendentes encuentros que ambos han protagonizado a
lo largo de sus vidas, pese a que uno es identificado con el nazismo y el otro
con la lucha por la paz del Tíbet.
La perrita Dolma
Era el año 59 y la nación del Tíbet, que sufría desde hacía una década la
violenta invasión china, vivía el primer levantamiento popular contra la
ocupación militar. Los enfrentamientos dejaban cientos de tibetanos muertos en
los alrededores del palacio de Potala, lugar donde residía un joven Dalai Lama,
quien era desde los 16 años el líder político y espiritual de la nación ocupada.
La autoridad budista estaba por cumplir 25 años y sabía que su vida corría grave
peligro. Así que, apoyado por sus más cercanos dignatarios, decidió escapar de
su templo rumbo al exilio disfrazado de soldado, quitándose las tradicionales
gafas que lo acompañaban a todas partes para no ser reconocido. ¿Su destino?
Marchar a caballo junto a una treintena de hombres cruzando a pie las altas
cumbres de los Himalaya.
Tenía un plan y un contacto. En la frontera lo esperaría el primer ministro de
la India, Jawaharlal Nehru, quien le daría refugio en la ciudad de Dharmasala.
Nehru había estado por años preocupado del Tíbet y esta oportunidad de ayudar al
Dalai Lama era crucial para él. Con lo que no contaba era que recibiría una
insólita petición. Un diplomático de 41 años y que llevaba seis en la India,
quería fervientemente acompañarlo. Era el escritor Miguel Serrano, embajador de
Chile en ese país y simpatizante del nacionalsocialismo, quien había trabado
gran cercanía con el Primer Ministro indio y, sobre todo, con su hija, la bella
Indira Gandhi.
No hubo reparos. Serrano partiría incluso con su hijo, José Miguel, y con Nehru
al encuentro del Dalai Lama, no sin antes mandar a hacer una túnica cubierta de
svásticas levógiras. No las usadas por los nazis, sino unas similares de más
larga data que se acostumbraban llevar en el Tíbet siglos atrás.
El encuentro se produjo en un pueblito de los Himalaya llamado Musoori. Y estuvo
lleno de simbolismo. Ese día 11 de junio de 1959, el Dalai Lama, junto con
encontrar la libertad, celebraba también su cumpleaños número 25.
Aunque no hablaba inglés, cuenta Serrano, le demostró su agradecimiento y le
hizo saber que quería tomarse una foto con él y su hijo.
Tres días después se volvieron a reunir en Nueva Delhi. Y Serrano quiso
entregarle un presente. Era un pez negro de cerámica proveniente de la localidad
chilena de Quinchamalí, famosa por su artesanía. Entonces, cuenta el escritor
que el líder budista le dijo que quería darle un obsequio. "¿Qué quieres?",
preguntó.
Medio en broma y medio en serio, el literato respondió que deseaba "uno de
esos perritos tibetanos de color miel y con el pelo en los ojos". El Dalai
Lama se limitó a sonreír.
"Una semana después me avisaban que podía ir a retirar el presente a la casa
del secretario de la autoridad espiritual". En el lugar se encontró con una
pequeña perrita llamada Dolma, el mismo nombre de una diosa tibetana. El can de
pelo lacio, un símbolo de su amistad, lo acompañaría por años, en la cena
familiar de despedida del primer ministro Jawaharlal Nehru y luego a sus
misiones diplomáticas en Yugoslavia y Austria.
Cuando Dolma murió, el chileno la cremó y asegura que le envió parte de las
cenizas junto a una carta a "Su Santidad", pidiendo que orara por ella, misiva
que el budista no tardó en responder y que Serrano aún guarda entre sus
recuerdos.
"Al fin en Chile, amigo"
Pasaron los años. El Dalai Lama consolidaba su autoridad instalado en la ciudad
india de Dharmasala, junto a miles de exiliados tibetanos, también viajaba por
el mundo y su causa acumulaba fervientes seguidores en todo el orbe. Miguel
Serrano, por su parte, en Europa trababa amistad con el sicoanalista Carl Jung,
vivía en la casa que había sido de Herman Hesse y se convencía cada día más de
que Adolf Hitler era "un iluminado", ganándose las críticas de distintos
sectores.
Hasta que ambos volvieron a encontrarse por un hecho trágico.
El año 1984, la mandataria india Indira Gandhi, que había tenido amistad con
ambos, fue asesinada. En esa ocasión se reunieron a solas en Nueva Delhi tras el
funeral, en una habitación del hotel Ashoka. Según revela Serrano en sus
"Memorias de Él y Yo", en esa conversación confidencial, el líder budista le
contó, esta vez en un fluido inglés, que China le había hecho llegar mensajes
para alcanzar un acuerdo.
"¿Qué piensa usted? ¿Debo aceptar?", habría planteado el Dalai Lama.
"Jamás -le respondió-, China sólo acata la fuerza y el poder". Luego
le habló de que el destino del Tíbet estaba misteriosamente ligado al Tercer
Reich porque habían caído prácticamente juntos.
"Pero nosotros no somos arios. Aunque sí una raza muy fuerte", le habría
contestado el tibetano.
Ese día también preguntó por Chile y prometió visitar un día esa lejana tierra.
Dalai Lama, "El Propagandista"
No fueron sólo palabras. Casi una década después, el año 1992, se cumplió la
promesa. Ya ostentando el Premio Nobel de la Paz, hizo su primera visita al
país.
Serrano no perdió tiempo. Pese a que no fue invitado a ninguna recepción y ya
tenía una criticada fama de defensor acérrimo del nazismo, rompió el protocolo y
fue al aeropuerto a visitarlo. Ahí estaban también el Presidente Aylwin y su
hija Mariana, recuerda.
El encuentro fue amable. Pese a que su presencia incomodó a los organizadores.
El Dalai Lama, en cambio, ya convertido en celebridad internacional, lo
reconoció al bajar del avión y lo saludó juntando las manos frente a su rostro.
"Al fin en Chile, querido amigo", le dijo a Serrano en inglés. El
escritor, quien iba vestido especialmente para la ocasión con una túnica,
devolvió igual gesto. La prensa de la época registró con sorpresa la inusual
imagen.
Sería la última vez que se verían en persona.
En la segunda visita del calvo y sonriente líder del Tíbet, en 1999, el ex
diplomático trató de abordarlo de nuevo en el hotel San Francisco, pero sus
dignatarios no se lo permitieron.
"Yo le llevaba de regalo una piedrecilla en forma de cruz -relata-, pero me
cerraron todas las puertas. Les dije a los que lo acompañaban que si el Dalai
Lama tenía miedo de que dijeran de él que era nazi, debía abanicarse con esos
comentarios, porque estaba por encima de esas cosas".
Aunque le guarda cariño y lo sigue llamando "Su Santidad", esta semana no quiso
tratar de buscarlo. Hoy Serrano considera que el Dalai Lama se ha vuelto un
propagandista.
"Él ha cometido errores fundamentales en Estados Unidos. ¡En lugar de
acercarse a gente importante se ha vuelto amigo de actores de cine! Allá lo
tomaron los fabricantes de Coca Cola para que les haga propaganda", dice
apesadumbrado. Sin embargo, le queda una esperanza: "Si yo fuera a Dharmasala
ahora, donde se encuentran los tibetanos, estoy seguro de que me recibirían con
los brazos abiertos... Pero no voy a ir a buscarlo".
ROBERT THURMAN, PADRE DE UMA THURMAN
El amigo americano
La razón de la cercanía entre el Dalai Lama y las estrellas de Hollywood que
critica Serrano tiene un nombre: Robert Thurman, padre de la famosa actriz Uma
Thurman. Él fue discípulo aventajado del Dalai Lama y el primer americano en ser
ordenado monje budista. Sin embargo, tras cuatro años como monje regresó a la
universidad de Harvard, donde recibió un PhD y se convirtió en el principal
divulgador y traductor de los libros tibetanos.
Hoy es el encargado de los estudios indo-tibetanos de la Universidad de Columbia
y cada vez que el líder budista visita Estados Unidos es él quien lo recibe. Sus
contactos en Hollywood son tan fluidos que fue él quien junto al actor Richard
Gere fundaron la Casa Tibetana de Nueva York, institución sin fines de lucro
creada para fomentar el legado budista en Occidente, donde concurre lo más
granado de la farándula hollywoodense.
Centro Informativo de ALERTA AUSTRAL - Santiago de Chile - http://www.alertaaustral.cl - 2006