UN CHILENO DE TOMO Y LOMO

Trabajo no publicado del investigador histórico Benjamín González Carrera, director del Instituto de Investigaciones Históricas José Miguel Carrera y director de la Corporación de Defensa de la Soberanía. Texto gentilmente dispuesto para nuestra revista por su propio autor.


Juanito, de seis años de edad, huérfano y aburrido de ser maltratado por sus tíos que le acogía, se fue de la casa. Llevaba la simple ropa que modestamente vestía, su honda, su cortaplumas y fósforos.

Su incierto destino eran los cerros de los alrededores de la ciudad de Nancagua, por donde ya había vagado, pudiendo orientarse en relación a la ciudad y a algunos puntos de referencia, como el río Tinguiririca, la quebrada y el monte.

Ascendía los cerros y comenzaba a oscurecer sin encontrar un refugio donde pasar la noche. En un claro del monte enmarañado, aparecen los muros de un antiguo y semidestruido horno de carbón que podría acogerlo. Las arqueadas paredes con dos grandes aberturas que habrían hecho hace tiempo, la función de puertas y algunos trozos desmoronados de los viejos muros, parecieron al pequeño e impulsivo excursionista un recinto apropiado para protegerlo en su primera y solitaria noche de libertad.

Juntando algunas ramas para tapar los dos grandes boquerones, le pilló la noche y el cansancio, quedándose dormido en la tosca y hospitalaria madre tierra.

Con las primeras luces del alba, abandona su guarida en busca de algo con qué aplacar su hambre. Caminando y recogiendo los frutos del boldo y del maqui, se encuentra con una vaquita que da de mamar a su cría. Recoge una buena cantidad del mejor pasto de por ahí cerca y lo lleva a la vaca, que lo recibe agradecida. Luego la acaricia, con las manos mojadas coge las ubres y llena su tarrito de choca de leche fresca, con lo que completa su primer desayuno en los cerros.

Ahí pasan algunos días, hasta que su innata inquietud lo impulsa a conocer lo que hay al otro lado del río. Se acerca a la orilla, con sólo seis años a cuestas; ve con temor  la torrentosa corriente. Duda... Pero se lanza al agua. Va manoteando y pataleando como puede, con su escasa experiencia en algunas lagunas de la zona, hasta alcanzar la otra orilla mucho más abajo de lo que él divisaba desde la ribera opuesta, encontrándose con un paisaje distinto.

Mojado y entumido, comienza a caminar por el campo abierto, hasta que divisa una casita de quincha con barro. Se acerca hasta su puerta y observa al lado de una cocina a leña, a una abuelita que lo mira y le dice:

- Mi'jito, ¿por qué está tan mojadito?. Pase a calentarse.

El niño se sintió acogido y entró. La señora le convidó un desayuno y comenzó a interrogarle, sin que Juanito soltara palabra.

El niño salió de la casa y volvió tarde con un gran atado de leña seca, que depositó al lado de la cocina. Al atardecer llegó el dueño de casa y preguntó por la causa de la aparición de este niño. La señora le contó lo ocurrido y le dijo que le había traído leña.

Ante la imagen del niño y lo servicial que se había portado, el abuelo aceptó que pasara la noche en el galpón.

 Así comenzaron a pasar los días, ayudado y alojando. Salía temprano armado del hacha y cortaba ramas de espino, armaba rastras, que al día siguiente iba a buscar con el caballo, dejando a los abuelitos felices y provistos de combustible para la cocina y el invierno.

Un buen día, se apareció en la casa un patrón grande, conocido del abuelito, que venía en un carretón y se pusieron los dos a conversar. Andaba buscando una vaca que se le había perdido. El dueño de casa le contó que ahora tenía alojado en casa un niño que conocía todo el cerro y que tal vez hubiera visto la vaca buscada. Llamó a Juanito, el patrón se le acercó y le extendió la mano, pero el niño retrocedió a unos cinco metros y lo escuchó. Ahí no más. Por las señas de la vaca que le dio, dijo que podría ser la que él había visto.

- ¿Sabes dónde se encuentra? -le preguntó.

- Sí, señor - Contestó.

- ¿Podrías llevarme a ese lugar.

- Sí, señor - Repitió.

- Entonces vamos altiro - dijo el patrón, sacando del camión dos caballos ensillados -. Súbete y vamos.

Pero el niño, temeroso, le dijo:

- No. Yo me voy a pie...

Partieron, el niño adelante y el patrón detrás a caballo. Subieron muchas lomas, cerros, quebradas, hasta alcanzar un llano al pie de unos roqueríos, desde donde el niño le señaló unos puntitos de colores, diciéndole que ese era un piño de ganado. Allá se dirigieron hasta ver de cerca el ganado. Le indicó una vaca overa colorada, el patrón revisó la marca y resultó ser la mismísima.

De vuelta a casa del abuelo, el patrón pasó al niño un puñado de plata. Pero el niño no la quiso recibir, pues no sabía lo que era, de manera que se lo entregó al abuelo.

Pasando el tiempo, el patrón agradecido le mandó de regalo una potranca, casi salvaje. Juanito la trató con cariño, le dio de comer en la mano, la rasqueteaba y la cuidaba. La tenía domada por el cariño, la montaba en pelo y la guiaba con sus manos puestas en el cuello. Resultó muy rápida para correr. Iba con el abuelo, a correrla a una larga alameda de tierra, quien determinó que era bueno llevarla a las carreras a la chilena.

En abuelo lo llevó varias veces a presenciar las carreras, para que tomara conocimiento y conociera las reglas del juego. Finalmente se presentó en la cancha montando a su yegua, para competir con el gran campeón de la zona, un potro negro de buena alzada. El abuelo le advirtió que el potro era duro de riendas. Así, al llegar casi juntos al final de la quincha central, el caballo negro pasó de largo, y Juanito le puso la mano en el cuello a la yegua, que dobló "en U", como un celaje, y dejó atrás al negro, que no la alcanzó más.

El abuelito juntaba las platas que le participaban los apostadores; le compraba ropa de huaso y aperos. Un día lo convidó al pueblo, a Nancagua, y estaban tomando desayuno en un boliche central, cuando aparece una señorita que saluda al abuelo, luego se dirige a Juanito y le dice:

- ¿No me conocís?

- No, pus

- ¿No eres Juan?

- ¡Sí, pus!

- Entonces eres mi hermano - le dice ella con gran sorpresa del abuelo, quien ignoraba el origen del ahora "campión" de las carreras a la chilena de la zona, un joven ya de 17 años.

La hermana de Juanito le dice que tiene que educarse y conocer las letras, por lo que lo envía a la Escuela de Puente Negro, ubicada aisladamente y lejos, al interior de las Termas del Flaco, en la cordillera frente a San Fernando.

Largos dos años pasa en esta escuela educacional, con estilo correccional, enseñado a látigo y castigo corporal.

Al cumplir los 19 años, es enviado a hacer el Servicio Militar, al Regimiento de San Fernando, donde pasa menos de un año, pues fue relevado por buena conducta y conexiones.

Volvió a su natal Nancagua a trabajar con el antiguo patrón, a quien le había ubicado la vaca extraviada en los cerros.

Más adelante, un hermano lo convenció de venirse a trabajar a Santiago, para que pudiera progresar y lo instaló en su casa del barrio Quinta Normal. Desde ahí, en varias ocasiones, solía tomar una micro hasta el paradero final, observándolo todo, para volverse luego en el micro recorrido.

En una salida llegó a la Avenida Providencia con Carlos Antúnez, bajó de la micro y se puso a caminar. Preguntó a un barredor dónde podría encontrar trabajo en un edificio.

- Pregunte en ese edificio grande, puede que ahí encuentre - le dijo.

Se dirigió a las Torres de Carlos Antúnez y pidió hablar con el administrador. Luego de conversar con el secretario, llegó al propio Administrador, quien lo invitó a sentarse y le preguntó de dónde venía. Al saber que procedía desde Nancagua, le hizo cerrar la puerta y comenzó a interrogarle sobre sus conocidos nancagüinos. Le preguntó sobre sus actividades en Nancagua y supo que trabajaba con el señor Pavez, consultándole por la señora de éste. Al saber que su nombre era Margarita, le confesó que ella era su hija y que el señor Pavez era su yerno.

Desde ese momento, quedó contratado y recomendado al mayordomo, para que lo introdujera en el conocimiento de las nuevas labores.. Así comenzó desde el más modesto trabajo del edificio, y por su interés, su comportamiento y su constancia, permaneció en el por veintidós años, alcanzando el más alto cargo de Mayordomo.

Con el fin de ampliar sus conocimientos y su experiencia, se trasladó en el mismo cargo a un edificio más tranquilo, ubicado en Avenida Américo Vespucio, barrio Bilbao.

Durante la permanencia de sus labores en las Torres de Carlos Antúnez, conoció a la que fuera su esposa, cuya familia tiene una propiedad agrícola en Manantiales, al poniente de Cholqui, en la comuna de Melipilla. Sigue felizmente casado y tiene dos hijos de 17 y 19 años, hija e hijo respectivamente.

COROLARIO:

Esta resumida historia, verídica, relatada sin la menor jactancia, desde la completa desnudez de un niño bien chileno, de carácter independiente, trabajador, honesto y leal, hasta alcanzar un respetable nivel de cultura y un buen grado de responsabilidad en la escala social, debido exclusivamente a su inteligencia, honestidad y perseverancia en sus labores, y el poseer esa innata intuición de poder apreciar y reconocer que el trabajo honesto es la base de su desarrollo personal y de su éxito, prueban una vez más la bendita idiosincrasia del Pueblo Chileno, inculcado a la población desde los primeros conquistadores y fundadores de nuestra Nación, por los Padres de la República de Chile y por los buenos gobernantes, lo cual permite al Pueblo de Chile distinguirse en el concierto de las naciones.

Santiago, abril 2002
Benjamín González Carrera
 


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