DIOS EN TIERRA DEL FUEGO
de Carlos Keller

Carlos Agüero


DIOS EN TIERRA DEL FUEGO
Carlos Keller,
Editorial Zig-Zag, 1947

Los motivos evocados y contados por Karlos Keller (1897-1974) sobre los antiguos onas o selknam fueron tomados de la obra del padre Martín Guisinde, Die FeurlandIndianer, Tomo 1, y Die Selknam, Viena 1931. No es demasiado lo que se conoce acerca de los onas, pero lo que se sabe puede quedar como testimonio de ser una raza aborigen absolutamente diferenciada: fuertes y bizarros, vivieron como dueños y señores de los bosques, praderas y pampas de la Isla de Tierra del Fuego hasta comienzos del siglo XX.

No conocieron la escritura ni forma alguna de arte pictórico. En la gran isla que remata el extremo austral transcurrió su vida nómade durante milenios. Se denominaban así mismos Shilknum y Karunkinka a la isla en donde vivían, prevaleciendo el nombre dado por los yaganes a su territorio: Oneisin, “país de los onas”.

Creemos que Keller en algo pudo haber revivido en esta pequeña obra el alma de ese pueblo desaparecido y legendario y su extraordinario entorno geográfico, pues la Isla Grande de Tierra del Fuego posee majestuosos glaciares, fiordos profundos, bosques impenetrables, lagos enormes y ríos torrentosos. La parte norte, en cambio es una planicie abierta donde el viento corre sin atajo, barriendo el páramo en forma despiadada.

La luna llena se reflejaba en las tranquilas aguas del lago Fagnano. Las selvas de coihues y ñirres de la orilla del frente se habían callado. Tenesesc avivaba el fuego del campamento, alrededor del cual nos habíamos agrupado. Era una deliciosa noche de estío. Ningún ruido, ningún movimiento del aire perturbaban aquella perfecta tranquilidad.

En el principio de todo, existía Temauquel,

Nadie sabe de donde proviene, pues siempre fue y será. Sabemos sin embargo, que él hizo el mundo. Pero fue un mundo distinto del que vemos hoy en día. Había una tierra plana, sin montañas ni selvas, ni ríos, ni guanacos, ni aves ni coruros. Sobre esta tierra plana se levantaba un cielo bajo, sin sol, ni luna ni astros. No había por lo tanto, luz en el día, pero las noches eran tan profundas e impenetrables como se nos presentan ahora, cuando las tormentas azotan nuestra tierra, pues no había vientos, ni nubes, ni nevazones. Una semiobscuridad envolvía todo el mundo.

Como en todo mito, el arquetipo del mal también está presente en la figura del gigante Casquels:

Sus piernas eran más grandes que un coihue, y más fornidas… Su cabello, negro y desordenado, se parecía a una enorme mata de cochayuyo. Este gigante tenía la costumbre de cazar hombres, lo que le era fácil, debido a los peñascos que arrojaba a grandes distancia. Todavía más: tenía preferencias por mujeres embarazadas .Siempre había una en el palo para asar frente a su hogar. Llevaba un cócel elaborado de cuero de niño recién nacido.

Keller nos dice al final de su obra que:

Seguramente, vendrá el día en que habrá muerto el último de los nuestros y en que nadie usará ya nuestra lengua. Nadie hablará entonces con el de allá arriba, nadie conocerá a Quenós, nadie evocará a los hóhuen, cuyos nombres principales quiero volver a citaros: el irascible Quenuque; Háis el bueno, pero desgraciado, que concibió a su propia hija Aquelvoín al más grande de todos, Cuanyip; Cran y Cra, cuya tragedia tuvo proyecciones cósmicas.....Os he hablado de la vida y de la muerte, de este mundo y del otro, del cáspi y de muchas cosas más.


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