JOSÉ MIGUEL CARRERA Y VERDUGO:
EL ILUSTRE PATRIOTA

Por Benjamín González Carrera, director del Instituto de Investigaciones Históricas José Miguel Carrera, director de Corporación de Defensa de la Soberanía y miembro del Consejo de Investigadores del Centro de Estudios Históricos Lircay. Este texto fue leído en el Instituto Carrera el día 15 de octubre del año 2000 en el aniversario del nacimiento del prócer.


José Miguel Carrera nace el 15 de octubre de 1785 en Chile, en la ciudad de Santiago del Nuevo Extremo, cobijado por el amor de sus padres, sus hermanos, su familia, sus parientes y la comunidad toda que lo rodea; todo lo favorece y le imprime el espíritu emprendedor que le acompaña toda la vida.

Nace en una época de excepcional exuberancia intelectual y pujante, liderada principalmente por los pensadores franceses, cuya creatividad y beligerancia, detonan la mayor transformación social y económica del mundo occidental de los últimos siglos. Este gran cambio se difunde en todas direcciones.

En la misma Francia, termina la era de los Luises, y ellos, su corte y sus parciales, van a dar a la guillotina, como consecuencia de la más grande Revolución Francesa, que en 1789 se prolonga, aún, por diez años.

En Norteamérica, Jefferson proclama la Independencia de los Estados Unidos en la Unión, de 1776, cortando su sugestión al Reino Unido. Italia, fraccionada en pequeños Estados, desde el Cisma de Occidente, carece de peso material en la marcha del mundo contemporáneo. En Alemania, muerto el Sacro Imperio Romano-Germánico, dividido en numerosos ducados, es dominada en parte por Napoleón, con la Confederación del Rhin. El Reino Unido es una gran potencia, dueña de los mares; da la batalla contra la expansión de Napoleón, y le infringe, en 1805, la gran derrota en la batalla naval de Trafalgar.

La Corona española, por su parte, intenta reducir la difusión de estas ideas, estableciendo los mayores controles a la salida de libros hacia el Sud América. Vaya un ejemplo: el patriota Don Manuel de Salas viaja a nutrirse en las fuentes del pensamiento rebelde, cumpliendo lo ordenado de obtener permiso eclesiástico para la compra de cada uno de sus libros. Sin embargo, es retenido por largo tiempo en Sevilla por el Tribunal de la Inquisición, antes de poder embarcarse de vuelta a Chile.

En este ambiente turbulento, nace y se desarrolla Don José Miguel, dotado de las más nobles y valiosas cualidades, a que un ser humano puede aspirar.

Desde temprana edad, se distingue en todas las actividades que emprende, debido a su capacidad, su empuje y su audacia.

Su padre, Don Ignacio de la Carrera y Cuevas, ingresa a su hijo José Miguel al Regimiento Milicias del Reyno de Chile, denominado "El Príncipe", que él dirige, cuando éste alcanza sólo la edad de seis años. Es notable la disciplina y el orden jerárquico que se inculca a los niños desde temprana edad.

Así, se va formando, en el hogar, el regimiento, el Colegio Carolino, donde tiene por compañero al ingenioso Don Manuel Rodríguez Erdoyza, cuya amistad siempre guardaría. En su viaje a la capital del Virreinato, en Lima, y muchas otras circunstancias.

Más adelante, va descubriendo sus habilidades y su inclinación. Se decide por la profesión de las armas, contrariando la voluntad de su padre, que aspiraba a dedicarlo al comercio.

A los 18 años ya ostentaba el grado de Teniente, alcanzado por su dedicación, su destreza y su disposición por las armas. A los 22 años, es enviado a España por su padre, en 1807, con el objeto de que perfeccione sus conocimientos y luego de algunas pilatunadas cometidas por el inquieto joven. Va cargado de cartas para los amigos de la familia en la Madre Patria.

A su llegada a Cádiz, observa con interés la abundancia de oficiales con sus bellos uniformes, y sus distintivos de grado militar, y se incorpora al regimiento "Fuerzas Auxiliares de España", estacionado en la plaza. En esta milicia, conoce además al Capitán José de San Martín y Matorras, y a Carlos María Alvear, venidos desde Argentina con anterioridad.

Muy luego se traslada a Madrid, impulsado por su inquietud y ambición, donde se sorprende al ver oficiales españoles y franceses circular por las calles de gran movimiento, sin demostrar la menor hostilidad. El Rey Carlos IV de España, había autorizado el paso de las tropas francesas por el territorio español, rumbo a Lisboa, en 1808, al mando de Junot con 25.000 hombres bien equipados.

Todo parecía desarrollarse en forma ordenada, hasta que una patrulla rezagada de cincuenta soldados franceses, es pasada a cuchillo, saqueada y abandonada en la vera del camino.

La cólera de Napoleón no se hace esperar. Maniobra maliciosamente sus relaciones con Carlos IV. Nombra a su cuñado príncipe de Murat, comandante de las fuerzas francesas en España. Carlos IV abdica a su hijo, quien asciende con el nombre de Fernando VII.

El 10 de abril de 1808, el joven Fernando VII y su corte se dirigen al fuerte Bayona de los Alpes Franceses, invitado por Napoleón para una entrevista de ambos mandatarios, donde son retenidos prisioneros en tierras extranjeras. Finalmente, el rey español abdica en Napoleón.

Napoleón Bonaparte coloca a su hermano José en el Trono de España. Las fuerzas de Murat se extienden batallando por todo el territorio español, y una revolución generalizada estalla por todas partes.

El 15 de septiembre de 1808, Don José Miguel es recibido por el General Castaños, vencedor de Bailén, y es destinado al regimiento Farnesio en formación, con el grado de teniente. Su ingreso al Farnesio significa para Don José Miguel el cumplimiento, a los 23 años de edad, de su íntima aspiración de participar en uno de los tres Ejércitos más importantes del mundo de la época.

En 1809, ya ha participado en varias batallas contra las veteranas tropas de Napoleón, cuyo comportamiento le valió ser distinguido en el "Parte Oficial del Ejército" de la batalla de Talavera de la Reina. Es ascendido a Capitán de Húsares. En las llanuras de La Mancha, en la Batalla de Ocaña, Don José Miguel recibe un profundo sablazo en una pierna, durante un feroz enfrentamiento entre las dos caballerías enemigas de España y Francia, llevada a cabo el 18 de noviembre de 1810.

Han transcurrido tres años desde su llegada a la Madre Patria, que recibió un joven ilusionado y, en este tiempo, ha recorrido buena parte de la Península Ibérica, batallando contra las tropas invasoras que lo han convertido en un veterano de guerra, alto oficial, condecorado, con una brillante carrera militar por delante y que le ha permitido participar en una de las guerras más importantes de la historia de España.

En su reposo de herido en el campo de batalla, recibe el nombramiento de Sargento Mayor de los Húsares de Galicia, con derecho a usar el uniforme. Sus sueños se han realizado con creces. En este período de quietud, se le presentan con más vigor las imágenes de su familia, sus amigos y su Patria, que tanto ama y añora.

En su lugar de reposo, en enero de 1811, recibe la cariñosa visita de su superior, el Marqués de Villapalma, quien le trae noticias de Chile y le cuenta que, el 18 de septiembre del año anterior, se ha formado una Junta de Gobierno en Santiago, en la que participa su propio padre Don Ignacio. Esconde su emoción y en su interior decide volver lo más pronto posible a su querida Patria.

Solicita autorización para viajar, produciendo la suspicacia del Ejército, que en plena guerra, necesita oficiales diestros y experimentados, sumado al abandono que hace de su brillante carrera militar.

El 17 de abril de 1811, consigue embarcarse en la fragata inglesa Standart, que se lanza al Sur por el Atlántico en busca de la boca oriental de Estrecho de Magallanes, mostrando al viajero la costa Atlántica de Chile y, más al norte, el Fuerte Santa Cruz, que, en conjunto con otros, el Rey ordenó al Gobernador de Chile edificar, para defender la Patagonia de las excursiones extranjeras, en 1778.

La travesía por el Estrecho muestra la desolación de las costas deshabitadas, vestigios de construcciones en Puerto del Hambre, en un clima de permanente lluvia y viento. El velero gira al Norte por los canales, en demanda de los puertos de la zona central, para luego de más de tres meses de viaje, arribar en Valparaíso el día 25 de junio de 1811.

Don José Miguel desembarca e impaciente, esa misma tarde, cabalga sin descanso a Santiago para informarse en su propia casa sobre los últimos acontecimientos y las actividades de la Junta.

El Capitán Flemming, de la fragata que lo trajo a Chile, venía con la misión de recaudar las contribuciones de la Colonia para ser llevadas a España. El Congreso de Santiago se opone y el Capitán inglés se manifiesta indignado y rechaza las gestiones de Don José Miguel, con quien había cultivado una cordial amistad, y que había viajado especialmente al Puerto para suavizar la situación.

A sólo 40 días de su llegada al país, Don José Miguel se ve envuelto en un movimiento que cambia los miembros de la Junta y del Congreso, colaborando, sin quererlo, a que los Larraín queden a la cabeza. Encontrándose en desacuerdo con los manejos de la nueva Junta, produce un movimiento que conduce a que el Cabildo le entregue el mando de la Junta de Gobierno, el día 17 de noviembre de 1811. Elevado a la Primera Magistratura y libre para poder actuar, dedica todos sus esfuerzos a la organización de un país libre y soberano, transformándolo desde un sistema colonial a uno independiente, capaz de gobernarse a sí mismo.

La turbulenta consolidación del mando no le impide, secundado por los mejores intelectuales patriotas, fundar una estructura administrativa original. No existe a su alcance modelo alguno de organismo que cumpla sus aspiraciones, ya que las potencias contemporáneas son todas monárquicas y en el país las fuerzas de orden público están formadas por familias y partidarios.

Comienza a fundar el primer periódico "La Aurora de Chile", significativo nombre para los albores de la Patria. Crea signos de la nacionalidad, la Bandera Nacional, el Escudo de Armas, escarapelas y otros distintivos nuevos. Preocupado por la instrucción, crea el Instituto Nacional. Ordena a los conventos abrir escuelas gratuitas para niños. Funda la Biblioteca Nacional y otras instituciones educativas. Mejora el equipamiento del Ejército. Crea la Escuela de Granaderos, y dos barcos dan origen a la primera Escuadra Nacional. Dispone la Libertad de Vientre, estableciendo que toda persona que nace en Chile, es libre, constituyendo una medida de avanzada, ya que la esclavitud, a la fecha, existía en Europa y en el país del Norte.

En octubre de 1812 es aprobada la primera Constitución Política de Chile, proyecto presentado por el Secretario Ejecutivo de la Junta, don Agustín Vial Santelices, con la colaboración de Don Manuel de Salas, Don Juan Egaña, y otros. Esta Constitución, llamada "Reglamento Constitucional de Carrera" y que contó con su valiosa orientación, consagra la Soberanía del País, la División de los Poderes del Estado, el Régimen Representativo, Garantías de las Personas, Libertad de Prensa, Derecho de Propiedad, etc. Chile, además, recibe el reconocimiento externo a su independencia, con el envío por parte de los Estados de la Unión Norteamericana, del joven Cónsul Don Joel Robert Poinsett, quien llegaría a ser un gran amigo y un valioso apoyo para Don José Miguel.

En dieciséis meses de Gobierno, este gran patriota que lanza el primer grito de Libertad y Soberanía, ha culminado la magna obra de crear una estructura administrativa para un País Soberano, y ha puesto en marcha todas las instancias necesarias para su funcionamiento. Este modelo administrativo sería utilizado por Don Bernardo O'Higgins, en su posterior mandato.

Este gran legado es razón suficiente para que todo chileno de hoy y de siempre, sienta agradecimiento hacia Don José Miguel y lo recuerde como el Primer Padre de la Patria.

Hacia finales de marzo de 1813, se presenta un hecho lamentable en el Sur del país, que viene a perturbar la ya difícil marcha de la Nación. El coronel Pedro José Benavente ha enviado un despacho urgente al propio Presidente de la Junta, desde Concepción, comunicándole el desembarco de fuerzas realistas en San Vicente, al mando del brigadier español, veterano de las guerras napoleónicas, Don Antonio Pareja, con el propósito evidente de invadir la Patria.

Prontamente, Don José Miguel se dispone a tomar las más urgentes medidas de defensa. Con el objeto de ponerse personalmente al mando de las tropas, entrega la Presidencia de la Junta, proclama la declaración de guerra al Perú y organiza las fuerzas. Es nombrado General en Jefe del Ejército y se lanza al Sur en pos del enemigo.

Han pasado ocho meses de permanente lucha contra las fuerzas superiores y organizadas, durante un crudo invierno, transportando soldados y cañones en caminos de infernales barriales, muchas veces, sólo por obedecer órdenes desde Santiago. Los resultados no son favorables, en los más de diez combates en que Don José Miguel ha participado personalmente, en los demás de sus capitanes.

La Junta le pide entregar el mando al Coronel Bernardo O'Higgins, en la esperanza de cambiar la suerte de las armas, y lo nombra General en Jefe de las Fuerzas Patriotas. La lucha continúa y la llegada de nuestras tropas realistas, hace más desigual la contienda.

En mayo de 1814, el General O'Higgins y el General Mackenna, firman con el invasor realista, brigadier Gabino Gaínza, un vergonzoso tratado, que retrotrae las relaciones con España al estado colonial. Don José Miguel, con su inclaudicable idea de libertad, desconoce el tratado y se apodera del Gobierno. El General O'Higgins desconoce su autoridad y se opone con las fuerzas bajo su mando.

En este ambiente de tanta confrontación, Don José Miguel se da tiempo para contraer matrimonio con su paciente novia, Doña Mercedes Fontecilla Fernández, en la Catedral de Santiago, el 20 de agosto de 1814.

En el intertanto, las fuerzas de O'Higgins y Carrera están próximas a un enfrentamiento, en los márgenes del Cachapoal. Sin embargo, la historia se encarga de unirlos nuevamente ante la presencia del invasor, General Osorio, que se apodera de Chillán, el 18 de agosto.

Las fuerzas españolas siguen presionando a los Patriotas hacia el norte. Al cruzar el Cachapoal, urgidos por las avanzadas enemigas, el general O'Higgins decide refugiarse en la ciudad de Rancagua, contra la advertencia de Don José Miguel, de continuar hacia la angostura de Paine, que representaba una defensa natural favorable a las tropas. En su Diario Militar, el General Carrera deja constancia de la equivocada obstinación del General O'Higgins, de mantener la defensa de una ciudad abierta y sin defensas preparadas.

Las fuerzas del General Osorio rodean la ciudad y la sangrienta lucha comienza el 1º de octubre, para extenderse todo el día siguiente, cuando el General O'Higgins, en una arriesgada maniobra, cruza las líneas enemigas y logra fugarse a Santiago, sin que el General Carrera, que mueve sus tropas en su auxilio, alcance a llegar.

La Capital ya está advertida y los patriotas preparaban agitadamente la partida hacia el destierro, por la árida senda de la Cordillera, hacia Mendoza. Se va formando una larga columna humana, que se mueve lentamente, la mayor parte a pie, algunas carretas con las señoras, mujeres, niños, enseres, impulsados todos por el indomable amor a la Patria y la esperanza del retorno. Los implacables realistas salen en persecución de esta muchedumbre indefensa, que avanza pausadamente, oprimida por la expectación y la despiadada ruta.

Don José Miguel permanece a retaguardia, con sus leales soldados y oficiales, protegiendo este precioso conjunto de patriotas, que será el germen de la futura liberación y su fortaleza. Luego es alcanzado por las fuerzas realistas, les presenta combate y los derrota, en plena cordillera, en la "Batalla de los Papeles", el 11 de octubre de 1814. El General Carrera sería el último en cruzar la cordillera, tras el más rezagado de estos patriotas que todo lo arriesgan por la libertad.

Con el cruce de la frontera, comenzaría este imbatible patriota, una verdadera odisea. En Mendoza se encuentra el General O'Higgins, que había llegado de los primeros, en compañía del Gobernador de la Plaza, don José de San Martín, quienes desconocen su rango y le impiden participar en la formación de las fuerzas para la liberación de Chile. De nada vale su ansia de participar en dichas fuerzas, ni el ofrecimiento de su oficialidad, sus tropas y de su propia experiencia en las batallas contra las huestes napoleónicas, en España. No desmaya... Cambia sus planes y viaja a Buenos Aires con su esposa, sus hermanos, sus leales amigos y soldados, Capitanes José María y Juan José Benavente, el Teniente Ureta, y tantos otros. En la capital argentina se contacta con sus amigos, e incluso se entrevista con el propio gobernador Pueyrredón, quien no le facilita las cosas. (1)

Trascurre un largo año de tramitaciones, presentación de proyectos, programas de acción, planes de entrenamiento de infantes, sin que jamás pudiera encontrar aprobación, ni acogida, ni apoyo, ni menos ayuda. Sólo recibe rechazo, excusas y agravios, para sus planes, su familia, sus amigos y su gente.

Siendo un hombre de acción, Don José Miguel, y después de tanto tiempo gastado en diligencias, al ver agotadas todas sus posibilidades de cooperación en la capital argentina y la imposibilidad de poder participar en la formación de las fuerzas de liberación, en Mendoza, decide encaminar sus pasos a Norteamérica, sin claudicar ante la titánica tarea que el espera, en una nación de la cual no conoce ni su idioma.

Esta decisión de llegar tan lejos, para poder desarrollar sus planes, nos da una medida de la determinación de su voluntad, de su capacidad de realización por amor a la libertad de su Patria, frente al enorme sacrificio de abandonar en tierra extranjera y hostil, lo más querido, su esposa, su pequeño hijo, sus mejores amigos y a su gente. Todo le parece pequeño, confrontado a su inclaudicable resolución de liberar la Patria de la dominación extranjera.

El 17 de enero de 1816, en pleno invierno del hemisferio norte, don José Miguel, con 31 años de edad, desembarca en el puerto Annapolis, frente a Washington, que con su leal amigo Benavente, encaran su sueño. A su vez, lejos, en Mendoza, los patriotas están metódicamente formando y entrenando un Ejército, que persigue el mismo fin que el pretendido anhelo de Don José Miguel, pero al cual todas las puertas están cerradas para él.

En América del Norte encuentra el apoyo de su antiguo amigo, Don Joel Robert Poinsett, quien lo relaciona con muchas autoridades de los Estados de la Unión, llegando, incluso, a entrevistarse con el propio Presidente Madison. Pero, aunque las más altas autoridades miran con buenos ojos la independencia de los Estados de América de Sur, en estos momentos enfrentan una nueva guerra de independencia con Gran Bretaña y una prolongada negociación por la compra del territorio de Florida a España, obligándoles a actuar con mucha cautela.

Su infatigable esfuerzo por conseguir elementos para su empresa, lo llevan a viajar a Nueva York, Baltimore, Filadelfia y tantos otros lugares, donde pudiera encontrar proveedores.

Desde el Sur recibe trágicas noticias. Su esposa lo llama para mitigar su miseria. Su padre, Don Ignacio, ha sido desterrado y su hacienda confiscada por Osorio. Como si fuera poco el peso de la tarea que lleva a cabo. No se deprime.

Tanto esfuerzo gastado, entre el fracaso y la esperanza, lo llevan a explotar la ambición humana de la ganancia. Se dirige a los armadores, que escuchan abismados sus increíbles planes de llevar una Escuadra a los confines de América del Sur y su palabra convincente, su ingenio y la expectativa de obtener pingües utilidades, los inclinan a ayudarlo. (2)

Un largo año ha transcurrido, de afanosa y fructífera actividad, de su inquebrantable voluntad de liberar a Chile del dominio extranjero, en este lejano y poderoso país del Norte. Así, el 15 de febrero de 1817, orgulloso y soñador, se embarca al Sur por el Atlántico, junto a una valiosa escuadra naval, fuerte de cinco barcos: la corbeta Clifton, la fragata General Scott, el bergatín Salvaje y Regente, y la goleta Dakey. Armada que, Don José Miguel, estima capaz de enfrentar con éxito a la marina del Virrey del Perú.

Sirva de referencia, para apreciar la rigurosidad en la planificación de su empresa, una somera enumeración del armamento que acompaña la escuadra, que obviamente va completamente artillada.

y otros elementos menores.

Y lo más valioso, la selección de los capitanes de barco, capitanes de ejército, personal experimentado en armamentos, todos fogueados en el campo de batalla.

Por otra parte, el Ejército Libertador de Mendoza contaba con otro poderoso armamento de tierra:

Cuán valioso para la Patria habría sido armonizar estas dos fuerzas de tierra y mar, cuya libertad ambas perseguían y habiendo podido evitar aún nueve años de lucha por reducir el último bastión español, en Chiloé, en el año 1826. El recelo, la envidia, la preeminencia y las órdenes de la Logia Lautarina, que aspiraba a unir dos pueblos tan distintos, pudieron más que la posible unión de dos hermanos en una tarea común.

Como trágica ironía de la historia, a la fecha del desembarco de Don José Miguel en Buenos Aires, tres días antes el Ejército Libertador descarga en Chacabuco un golpe definitivo a las fuerzas realistas de ocupación, dejando expedito el camino a la liberación, sin su ansiada participación en los hechos.

El General Carrera, desconociendo los acontecimientos ocurridos en su Patria y del ambiente reinante en Buenos Aires, acerca su escuadra al puerto y desciende optimista y confiado. El Gobernador Pueyrredón lo recibe afablemente. Lo invita a cenar al palacio y lo retiene prisionero, siguiendo las instrucciones de la Logia y de sus eternos oponentes. Este inadmisible y desleal despojo, constituye el más desmedido abuso de poder y el más flagrante atentado a los derechos de las personas.

La expoliación de esta importante escuadra, que Don José Miguel ha conseguido en condiciones tan adversas como las descritas anteriormente en forma ligera, anulando para Chile la posibilidad de contar con ella, significa para nuestro héroe el fin de una etapa de costosa labor y pérdida de un año, en la prosecución de su ideal. (4)

El Gobernador de Buenos Aires mantiene al General entre detenido y vigilado, ocupado con ofrecimientos de importantes representaciones en el exterior, con el objeto de alejarlo diplomáticamente del teatro de las operaciones, y sin posibilidad alguna de acercarse a sus barcos. Hastiado con esta situación de inmovilidad, Don José Miguel se fuga a Montevideo, iniciando su titánica empresa de formar una fuerza para liberar su Patria.

En la actividad tenaz e inagotable, siempre seguido por sus hermanos, sus leales oficiales y soldados, se lanza por el extenso territorio de las Provincias Unidas de La Plata, en pos de su suprema ambición. Visita a su esposa, que permanece en la zona, aislada, con sus pequeños hijos, protegida sólo por algunos amigos, sus partidarios y los caudillos de la comarca, que rechazan la autoridad de la capital. Forma ejércitos, se une a los caudillos del norte, se aproxima a los indios, hace alianzas y llega a formar una imponente fuerza militar, que fue capaz de ponerle la bota encima al propio Buenos Aires, en dos ocasiones.

Han pasado cuatro años de este intenso batallar por cruzar la cordillera hacia Chile, con todas sus fuerzas, pero permanentemente encuentra las puertas cerradas por las huestes del Gobernador de Mendoza. Sus hermanos Juan José y Luis han sido injustamente ajusticiados, lo que le impulsa a batirse con mayor rigor.

Ha participado en innumerables batallas y se encuentra al norte de Mendoza con sus fuerzas y su intención de cruzar la cordillera. Sostiene un desventurado encuentro con las tropas de varias provincias argentinas unidas, que le cierran el paso. Fatigados después de la lucha, se dirigen al norte para reagruparse, cuando aparece el infame Comandante Arias, que con un grupo de soldados, lo traiciona, lo detiene y lo lleva a Mendoza, a cambio de amnistía y recompensa.

Con razón dijo Bolívar: "Los que hemos trabajado por la Libertad de América, hemos arado en el mar".

El 4 de septiembre de 1821, en Argentina, en la Plaza Mayor de Mendoza, es asesinado el primer Libertador y Gobernante de Chile, General José Miguel Carrera Verdugo, en base a un libelo arbitrario y tergiversado, sin derecho a defensa alguna.

Este gran patriota chileno, uno de esos hombres que nacen cada cien años, que creó el Estado Nación, que hizo la sublime entrega de todo lo que más amamos los seres humanos, la familia, los amigos, la fortuna y el bienestar, en aras de la Patria, ha sido inicuamente fusilado, en tierra extranjera y por autoridades extranjeras.

¡Compatriotas! Invito a todos ustedes y a todos los chilenos con corazón bien puesto, a que luchemos, en cualquier lugar de nuestras actividades, porque se devele la verdad histórica de la Patria Vieja, y para que este coloso de la Independencia de Chile, ocupe el primer lugar que le corresponde en la historia de nuestra querida Tierra.

Muchas Gracias.

Benjamín González Carrera

Santiago, octubre del 2000


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