Por Carlos Agüero Cerda


"LA CHIMBA"
Carlos Lavín
Editorial Zig Zag, Santiago, 1946


La calle Recoleta, en Santiago, y su entorno forma parte de un territorio que antiguamente se denominaba “La Chimba”. En su origen la palabra Chimba sería una deformación de la palabra quechua “Chimpa”, que literalmente significa “de la otra banda”, designando así a un barrio ubicado en un lado menos importante de la ciudad. Este territorio ha variado a lo largo de los siglos: originalmente se designaba con este nombre al sector comprendido entre la chacra de don pedro de Valdivia y el río Mapocho, donde se habría formado un territorio pobre habitado fundamentalmente por indígenas yanaconas.

A partir de la segunda mitad del siglo XIX, el nombre de Chimba quedó circunscrito sólo al barrio comprendido desde la calle Recoleta hacia el oriente, y después a una sola calle, la actual Dardignac.

La Chimba de Carlos Lavín es un libro de corte misceláneo: el autor agrupa información histórica con observaciones y notas de índole costumbrista. Lavín alcanzó a hacer sus investigaciones en archivos y en terreno, cuando el barrio aún conservaba su fisonomía semirrural y muchas de sus construcciones típicas seguían en pie, incluso habitadas por descendientes de sus originarios moradores. Merece la pena citar el tono en que el autor protestaba ya, hace sesenta años, por el estado de abandono del antiguo barrio:

Esta sistemática desatención de los santiaguinos podría atribuirse a un cierto arribismo, o más bien, al “extranjerismo” desatentado que amenazó la ciudad en el primer cuarto de nuestro siglo, sin el menor sentido de la valorización de los sitios y construcciones que formaban el patrimonio nacional… Como en muy escasos sitios de nuestro suelo se reservan al curioso, en Recoleta y en Cañadilla, todas las sorpresas que amontona el tiempo, puestas a cubierto con el favor de la indiferencia y ahí están protegidas del urbanismo vandálico esperando obtener alguna vez atención para los méritos adquiridos.

La gran cantidad de edificios religiosos ubicados en el barrio, pertenecientes a órdenes religiosas no podía estar ausente:

Se trata de algunos cenobios, dentro del recinto urbano, con exterioridades verdaderamente arcaicas. Son edificaciones escondidas en un barrio absolutamente excéntrico (se entiende aquí como lejos del radio central. N.R.), como lo es el de La Cañadilla, estrechado entre las avenidas de la Independencia y Vivaceta. Ahí yacen esos conventos de monjas por verdadero milagro, ya que la exigencia de la renta urbana arrojan sin piedad a las seculares congregaciones del centro, desde los tiempos del Gobernador Ambrosio O”Higgins… La situación estratégica de los monasterios de La Chimba les ha permitido persistir, y en especial aquellos de La Cañadilla ubicados en la barriada oculta que bordean las avenidas precitadas.

Sabido es que La Chimba fue un lugar de entretención, juego y del hampa en el Santiago del siglo XIX, por eso es que Lavín dedica unas pintorescas imágenes, mezcladas con un lenguaje para nosotros ya en desuso:

Al propio tiempo la farándula dominaba ahí el ambiente: malcines y malandrines concitados con follones y pichiruches y asesorados con alcahuetas, celestinas y magdalenas encontraron un cómodo y despejado burladero en esos figones, cubiles y madrigueras, para ejercer sus tráficos destinados a embaucar a los distraídos timar los curiosos y forasteros. Incitando al pasatiempo y al buen pasar se concertaban bien prevenidos de antemano por valentones y guapetones en las mesas de timbas y vinerías, alrededor de las “canchas” de rayuela, de palitroques, de bolas o bien aproximándose a los “jugadores de tres cartas” y otros vagantes de feria para atraer a los timoratos y despojar a los incautos.

En los últimos años ha cundido una cierta sensibilidad en algunas autoridades, empresarios, académicos y particulares por recuperar algo de lo que fue, en sus años de gloria, este barrio “de la otra banda”, atrás del Mapocho. Así, el claustro La Recoleta Dominica abrió sus puertas al público con un edificio totalmente restaurado, junto a su riquísima biblioteca que cobija documentos de valor incalculable. Como diría nuestro autor:

Los patrones inmaculados de ornato y edificación chilenísimos y las rotundas antigüedades esparcidas reclaman cotejos y catalogaciones enfocados hacia todas las artes y ciencias.


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