JOAQUÍN EDWARDS BELLO
Y LAS ILUSIONES POLÍTICAS

por Cristian Salazar Naudón
Secretario General de la Corporación de Defensa de la Soberanía


Voy a confesar uno de mis más oscuros e íntimos secretos: cada vez que algún académico o historiador "de peso" me tira encima la caballería por algunas de mis incursiones iconoclastas en la investigación histórica, saco a la luz un argumento genial en caso de que la situación sea tal: "No lo digo yo: lo dijo Edwards Bello". Es como si un clima de mausoleo tomara súbito control de los debates y el telón final cayera de improviso. Obviamente, el as me sirve sólo cuando, efectivamente, Edwards Bello tocó el tema, lo que es bastante cómodo pues el escritor prácticamente acarició todas las temáticas de nuestra vida nacional antes de decidir abandonar este mundo por su propia mano.

¿Por qué los cuadros intelectuales de nuestro país le tienen tanto pavor a la figura de Joaquín Edwards Bello? Creo tener una explicación: porque el ilustre periodista porteño jamás perteneció a sus círculos. No tenía título de historiador ni se sometía a los métodos tradicionales de investigación. Sin embargo, fue uno de los escritores de historia chilena más influyentes del siglo XX incluso en las obras en que no se lo propuso. Tampoco fue sociólogo ni psicólogo; sin embargo, el bosquejo social que hace en obras como "El Roto", aventajan a cualquier panorama antropológico realizado sobre el pueblo chileno en su época.

Bien. La admito: otra vez recurriré a Edwards Bello. ¿Cómo no hacerlo, si he encontrado una joyita prosística en otro de sus más famosos escritos, con el plus de tener plena vigencia en estos días? Me ahorrará, además, muchas respuestas e intercambios con quienes no estén de acuerdo y quieran explorar las bases argumentales del humilde servidor que escribe.

En octubre de 1942, el autor escribió en Valparaíso un notable artículo titulado "El mito en la política", que aparece reproducido en la recopilación "El Subterráneo de los Jesuitas y otros mitos" (Editorial Zig-Zag, 1966). Este texto es, sin duda, una revelación de valor histórico incalculable, pues nos demuestra cuánto tiempo ya hemos sido manipulados y defraudados por las clases políticas chilenas.

"El mito político -dice allí Edwards Bello- determina el contramito personalizado en el líder que gozó los favores de la mitomanía en períodos anteriores".

"Entonces comienza el match entre los mitos o genios políticos. El país hace las veces de ring donde estos mitos se boxean".

"El deseo del público de que haya un genio y su orgullo por haberlo descubierto y exaltado engendran en el político el deseo de lucirse y de justificar el anhelo de su clientela electoral. Estos políticos ansiosos de lucimiento son los responsables de no pocas catástrofes en sus diversos turnos".

"El público que los levantó es impaciente. Quiere ver al gallo en la cancha "y al tirito". Los criollos creemos todavía en la improvisación y en los genios que pescan las cosas al vuelo".

"Entonces el seudogenio en vez de ponerse a sanear el sistema parlamentario, lo cual sería vulgar como una lavativa, se dedica a poner inyecciones morrocotudas y de dudosa eficacia para los males nacionales. La sobrecarga de leyes que sufrimos proviene de la ya mentada necesidad de lucimiento y justificación de promesas electorales".

Sin embargo, Edwards Bello aún está calentando. La carga de profundidad de su artículo la da, seguidamente, al sentenciar con su cruel y casi burlesca característica de este Montesquieu chileno:

"Nunca he podido comprender cómo hay gente que cree en el advenimiento de paraísos de origen político, a menos que se trate de candidatos a canonjías. Tan absurdas me han parecido las ilusiones preelectorales como las desilusiones de más tarde que cualquiera persona madura habrá previsto. La exuberancia de las luchas electorales en nuestra tierra es parienta cercana de la Fiesta de los Estudiantes. Son explosiones o desahogos de un pueblo ausente de esperanzas en sus propias actividades. Espera la salud de la fábula del "entierro", de la lotería, de los carreras y los cambios de gobierno. Las desilusiones del pueblo después de las luchas electorales, cuando comprende que las rivalidades exaltadas de los candidatos eran falsificaciones momentáneas, se transforman en estado de silencio taciturno, más peligrosos que las crisis mismas".

"El campo de la política se divorcia del país y se convierte en ring para ver cuál de los políticos es el más fuerte".

Pero aún quedan más párrafos reveladores para los no convencidos:

"Los problemas de mecanización, de navegación, de surtimiento de industrias, de alimentación y otros no son de magnitud o envergadura propias para hacer célebre a nadie. Así, el estadista a lo Napoleón, el que pretenda dar lucimiento estelar, lo hará a expensas de la nación, mediante esos trastornos a que nos tienen habituados y que trajeron por etapas al pobre peso hasta su mísero estado actual".

"La ruina de nuestra moneda es debida, en mucha parte, al mito del genio financiero, que en el concepto criollo estuvo representado por el hombre rico cuando no por el concurso de hombres interesados en negocios de exportación".

"El hombre rico no es buen financiero de la colectividad, sino de sí mismo".

En el ambiente intoxicante de electoralismo de estos días, en donde ya se deben haber guardado algunos fuegos artificiales del Año Nuevo para tirarlos al final de la segunda vuelta del 15 de enero, las palabras de Edwards Bello vienen a sonar como un golpe en los cuernos de todas las promesas e ilusiones que se han tejido ahora, las mismas de ayer; las mismas de mañana... Las mismas de siempre.

Habrá algún lector aún seducido por feromonas políticas que no esté de acuerdo con este artículo y también me lo hará notar en mi e-mail. Lo comprendo perfectamente. Hubo un tiempo en que hasta yo creí en la democracia partidista; pero esta vez no recibo ni respondo reclamos. ¿Por qué? porque no lo dije yo... Lo dijo Edwards Bello.


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