HOMENAJE A NICOLÁS PALACIOS

Discurso leído por el Secretario General del Instituto Histórico Arturo Prat, Fernando Saieh Alonso, el 28 de diciembre de 2005 en el Homenaje a Nicolás Palacios y a su obra "Raza Chilena", ocasión en que se repuso la placa conmemorativa del cerro Santa Lucía.


Hoy, 28 de diciembre de 2005, a pocos días de comenzar un nuevo año, nos hemos reunido aquí, en los faldeos del Cerro Santa Lucía –o Huelén como se conociese a la llegada de los españoles–, para homenajear a Nicolás Palacios y de paso, conmemorar los 100 años de su gran obra Raza Chilena.

Una de las cosas más destacables de este chileno es sin lugar a dudas la vigencia de sus escritos y de su pensamiento, especialmente en nuestros días en donde la influencia foránea, lamentablemente, ha impedido todo propósito de recuperar la tradición en nuestro país, siendo un intento sobrehumano el recobrar la Identidad, ya que se ha trabajado a conciencia para que la sangre de Chile sea contaminada por el materialismo y el globalismo de los negocios y de la fe.

Es por ello que en esta oportunidad quisiera recordar algunos pasajes, de un ensayo poco conocido de este médico, el cual fue expuesto por él hace casi ya un siglo y que como acabo de mencionar, es de plena vigencia.

El título: La Decadencia del Espíritu de la Nacionalidad.

Nos preguntamos: ¿Cuántos miles de kilómetros cuadrados, producto del entreguismo que existe en Chile, se han regalado al Capitalismo Ecológico Internacional? ¿Acaso nuestro territorio se ha convertido en un instrumento mercantil?

Ya en aquel entonces Palacios decía:

(…) El dueño de las tierras de una Nación es el pueblo de que está formada. El Estado es sólo administrador de ellas y administrador en beneficio de su mandante y verdadero dueño. Eso es elemental e inamovible en derecho público. Pues bien, aquí se ha entronizado poco a poco y sin resistencia la doctrina de que los ciudadanos que ocupan transitoriamente altos puestos administrativos, tienen derecho a regalar las tierras del pueblo chileno a extranjeros de cualquier parte y de emplear en que se las acepten los dineros del mismo pueblo despojado (…).

(…) Es en realidad el mercader extranjero –por el hecho mismo de la internacionalidad del gran comercio– el que emprende la tarea de minar el sentimiento de nacionalidad, que contraría sus cálculos mercantiles. Las doctrinas humanistas igualitarias ejercen su influencia desmoralizadora análoga a la del mercader, pero en escala relativamente insignificante, y en Chile es, puede decirse, nula.

El comercio propaga sus doctrinas disolventes apoderándose de una parte de los diarios, los cuales viven así mismo de aquél; y por medio de los millares de incansables mensajeros que día a día parten de las prensas recorriendo el país de un extremo al otro, las doctrinas disociadoras van lentamente abriéndose camino en la opinión.

La dirección que en su desvío toman las nuevas ideas, indica claramente su origen: no es la felicidad del pueblo su incremento numérico, su progreso moral y político lo que preocupa al inmigrante mercader; ni lo desvelan la seguridad presente ni el porvenir de la nación en que se hospeda. No ve una sociedad, un pueblo organizado moral y políticamente en el país en que se especula, sólo ve sus riquezas explotables, y su sola preocupación es la de apropiárselas con el menor sacrificio de su parte. La idea de nación está reemplazada por ellos por la de territorio, más o menos rico, más o menos poblado; sus habitantes son factores de producción y de consumo, e instrumentos vivos de explotación, a los cuales creen justo y lógico reemplazar por otros más apropiados a su intento, si los nacionales no les convienen (…).

¿Cuánto se ha debatido durante este año que se va, sobre un royalty a la gran minería chilena porque las empresas extranjeras no pagan debidamente los impuestos?

La misma situación que hoy se discute en Chile fue abordada por Nicolás Palacios cuando, en vez de cobre, nuestro principal ingreso era el salitre.

(…) A esos hechos pertenece la existencia en Chile de una larga serie de instituciones mercantiles que extraen del país gruesas sumas de dinero sin haber introducido jamás en él un gramo de oro ni cosa que lo valga. Les ha bastado establecer bancos o instalar un escritorio, abrir libros y publicar anuncios sobre seguros u otros giros semejantes para iniciar su pingüe negocio. Gozando aquí de positivas ventajas, pagando una contribución irrisoria, muchas de ellas ni siquiera tienen en Chile su domicilio legal. Los capitales que de aquí se llevan van a pagar a Europa, a Estados Unidos y al Canadá el impuesto que les corresponde y del que Chile les hizo gracia (…).

(…) Sin duda alguna que el pueblo de Chile estaría llamado a desaparecer si una reacción nacionalista no viniera pronto a detener su marcha a la extinción. Chile, el territorio así llamado, subsistiría con todas con todas sus propiedades físicas, tal vez, con su propio nombre, probablemente con distintas fronteras; pero la nación chilena, las familias organizadas en entidad política, fundadoras de una patria y creadoras de su corta, pero honrosa historia, habría desaparecido para siempre (…).

. (…) En la atmósfera moral de Chile flota a la fecha un vago presentimiento de males futuros, de intranquilidad por el porvenir, de presagios siniestros; algo como la conciencia de un mal interno indefinido que royera sordamente los centros mismos de la vida nacional. Esta alarma general de los ánimos ha traspasado ya lo límites de la inquietante duda y el pueblo chileno empieza a perder la antigua fe en sus destinos. El lazo que une los mil motivos particulares de descontento es, pues, el Sentimiento de Nacionalidad, el instinto magníficamente desarrollado de Patria (…).

Ojalá que este instinto de cual nos habla Palacios nos permita reencontrar en las esquinas de esta geografía la Identidad perdida –el Rostro de Chile–, puesto que en esta región fue permitido que la sangre española y la mapuche se fundieran para hacernos responsables de nuestro destino y del orgullo de ser chileno.

Finalmente, quiero destacar la presencia del poeta chileno más importante que esta tierra ha tenido, y que tenemos el privilegio de que nos acompañe el día de hoy: don Miguel Serrano, quien a través de su obra nos ha revelado la posibilidad única de conectarse con esta tierra mágica, la misma que con tanta pasión Nicolás Palacios defendiera en momentos en que en nuestro país vivía la crisis del Centenario. Mi público reconocimiento a don Miguel por haber defendido a nuestro Chile siempre.

Muchas Gracias. ¡Viva Chile!

Fernando Saieh Alonso, Secretario General, Instituto Histórico Arturo Prat




Familia Chilena. Friso dedicado a Nicolás Palacios (1854-1911) y a su gran obra “Raza Chilena”



Erwin Robertson, Director de la Revista Ciudad de los Césares



Don Miguel Serrano, Poeta y ex Embajador de Chile.


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