Por Carlos Agüero Cerda


EL VELLOCINO DE ORO (1944)
ROBERT GRAVES (1895, Wimbledon - 1985, Mallorca)
Ediciones Peuser, Buenos Aires 1946

 Cuando la primera tribu de los invasores griegos, los jonios, vinieron desde el alto Danubio y, a través de Istria e Iliria, llegaron por fin a Tesalia, todos los nativos sátiros, lapitas, áticos, flegios y centauros se retiraron a sus fortalezas de la montaña. Los invasores, que eran muy numerosos, trajeron con ellos a sus dioses y todos los sagrados instrumentos del culto. Los centauros, los aborígenes del monte Pelión, observaban cómo se movían lentamente con sus rebaños hacia la llanura de Pagasea, situada al oeste, donde permanecieron unos pocos días; pero luego, seducidos por los rumores de que hacia el sur existían pastos mejores, los jonios se encaminaron hacia la fortaleza Ftía y se perdieron de vista. (pág. 51)

Así comienza esta bellísima obra, mezcla de novela y erudito ensayo mitográfico que es el Vellocino de Oro (The Golden Fleece). En el año 1225 a.C. una galera llamada Argos parte de Iolcos (hoy Voto, Grecia) en Tesalia. Su tripulación estaba formaba por treinta y cuatro héroes de Grecia, seleccionados por Hércules de Tirinto. Son los famosos argonautas que van en busca del vellocino de oro, algo así como en el medioevo sería el Grial.

El Argos cruza los Dardanelos y el Bósforo, bordea la costa sur del Mar Negro y se dirige a Aea (hoy Kutais, en la región de Georgia), en el Cáucaso, donde el vellocino era celosamente guardado por Aeties, rey de Cólquida; luego regresa precipitadamente con el trofeo, trayendo consigo a la princesa Medea, perseguido por la flota cólquida.

Esta legendaria proeza dio lugar a un ciclo de rapsodias o cantos, de las cuales muy pocas fueron recogidas por Homero y Hesíodo en sus inmortales poemas. Desde ellos hasta Ovidio, se nos ofrecen relatos fragmentarios y de múltiples interpretaciones.

Es por esto que la vasta obra de Graves reviste el interés redescubrir y construir, gracias a su innegable talento e imaginación portentosa, una epopeya que durante siglos permaneció semioculta en una maraña de datos inconexos y trastocados.

En sus más de quinientas páginas y 56 capítulos, por el El Vellocino de Oro desfilan los más increíbles personajes, paisajes y seres de todo tipo; así:
 

El Argos prosiguió su viaje pasando ante muchos poblados formados por cabañas hechas de ramas, pero en ninguno de ellos vieron los argonautas ganados de ninguna clase, a pesar de la abundancia de los pastos, cuando pasaron la isla del Trueque, las colinas se acercaban al mar… Aquella noche fue memorable pues Nauplio les enseñó los nombres de las constelaciones, tal como él las conocía, es decir, Calisto, La Mujer Osa, su hijo Arcas, las Pléyades y Casiopea… Aun se recuerdan las estrellas gemelas Cástor y Pólux, ante cuyo brillo se calman los mares más embravecidos; Hércules durante sus trabajos, la lira de Orfeo y Quirón el centauro; también se recuerda el delfín del pequeño Anceo, pues aquella noche todos cenaron cordero frito con aceite de delfín, que era un alimento prohibido. (pág. 322)

El canto que Orfeo entona sobre la creación merece citarse:
 

Cantó cómo una vez la Tierra, El Cielo y el Mar estaban confundidos, hasta que al oír una música, venida no se sabe de dónde, se separaron constituyendo un universo. Esta música misteriosa anunciaba el nacimiento del alma de Eurínome; pues ése era el nombre original de la Triple Diosa, que tiene a la luna como símbolo. Era la diosa universal y estaba sola. Como estaba sola, sintióse muy triste entre la desnuda tierra, el mar vacío y los astros que giraban en el firmamento. Frótose las frías manos, y al abrirlas salió de ellas la serpiente Ofión a quien ella amó por curiosidad. De las convulsiones de este acto amoroso surgieron los ríos, las montañas y los lagos; también dio origen a las bestias que pueblan la tierra y el mar.

Robert Graves vivió gran parte de su vida en Mallorca, donde él mismo creía que se ubicaban las míticas Islas de Las Hespérides hacia las que se dirigió Hércules para robar las Manzanas de Oro, sólo que tales manzanas eran en realidad doradas naranjas, y las ninfas sacerdotisas de las religiones matriarcales del Mediterráneo, anteriores a los pueblos del norte que, según Graves, bajaron para imponer sus dioses masculinos.


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