Por Carlos Agüero Cerda


EL CHILE AGRÍCOLA QUE SE EXTINGUE

En Chile ya nadie siente nostalgia por el campo y su entorno, no obstante que en nuestro país lo rural tuvo una importancia gravitante, en su cultura, en su identidad y en su inconsciente colectivo.

Chile fue un país abrumadoramente rural en tanto se formaba el Estado republicano durante el siglo XIX. Esa población rural vivía desperdigada en la hacienda o en lotes aledaños, la mayoría no vivía congregada. Nuestro país en aquel entonces se veía como un inmenso territorio con una población pequeña, cuya economía minera y agraria, poco intensiva en mano de obra, no favorecía la formación de ciudades. El mundo agrario permaneció inmune a todos los cambios en ámbito de las ideas, la cultura y la política. Siendo la urbanización un fenómeno temprano, la ruralidad tiene una importancia capital para entender el desarrollo socio económico de Chile.

Ramadas, leche al pie de la vaca, tortillas de rescoldo, chicha, tonadas campesinas, trilla de yeguas, payadores, constituyen –más bien constituyeron–, un universo cultural que perduró hasta el siglo XX, forjado en el valle central, porque, querámoslo o no, gran parte de la nacionalidad se forma en la zona central del país. Desde el siglo XVII la vida agraria se configuró en torno a la hacienda, estructura económica y social de profunda huella en la historia y el devenir histórico de la colectividad y en el imaginario social. En efecto, la hacienda agrícola-ganadera del 1600 asumió con éxito las demandas externas del Perú y Potosí. Se dice que la estructura de la hacienda ha constituido la institución más notable que ha habido en nuestra historia, más que el Estado o el Ejército: era una verdadera polis donde convivían patrón e inquilinos, a quienes a cambio de su trabajo se les aseguraba casa y subsistencia. Signo del orden hacendal era la casa patronal, cuyo simbolismo se hace notar en la literatura chilena: Casa Grande de Orrego Luco, Casa de Campo de José Donoso, La Casa de los Espíritus de Isabel Allende, por nombrar los más conocidos.

No pretendemos en estas líneas idealizar el mundo rural chileno, conscientes estamos de las iniquidades que tuvieron lugar, atizadas y explotadas en un pasado reciente por elementos disociadores, pero es innegable que en el mundo agrícola se dio una vinculación social que única: En vez de relacionarse a través de instrumentos contractuales, como generalmente ocurre en las economías modernas, en el agro el vínculo entre patrón y el trabajador asumió las formas de una relación cercana, personal, marcada por la lealtad.

Hoy a las puertas del siglo XXI, en plena era del globalismo, la actividad agrícola atraviesa por una etapa de incertidumbre y el mundo rural se extingue irreversiblemente, si queremos recuperarlo deberemos estar la altura de ese legado y tratar de hacerlo visible en una reciprocidad con el mundo industrial de la gran urbe.
 


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